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viernes, 25 de marzo de 2016

EL DESCENSO A LA LOCURA. CAPÍTULO 4 Christian Perales












EL DESCENSO A LA LOCURA. CAPÍTULO 4
Ahora si estábamos en un problema, si bien la puerta que se interponía entre el Kavner y nosotros era resistente, tampoco había que exagerar, la chapa estaba pensada en detener a una persona sin capacidad mental para abrirla, pero no duraría tanto tiempo en manos de semejante psicópata, que al juzgar por los ruidos que escuchábamos, ahora golpeaba la puerta con la pala.
-¡nunca había atacado de día!-
Fue la observación de Roberto...
-Muchachos, ¡el estante! ¡hay que ponerlo contra la puerta!, ¡yo la detengo.. arrástrenlo...!-
Fue en ese momento en el que nos dimos cuenta de que no estábamos en una habitación aquello era una oficina desocupada, quizá un almacén de archivos, lo cierto es que al fondo de esta se encontraba un estante enorme, que Roberto y yo, deslizamos para que sirviera como barricada. Lo colocamos contra la puerta y aún así pudimos escuchar los golpes que le propinaba a la puerta... después, el silencio, no sabíamos si esa cosa seguía ahí, en espera de nosotros, pero ya no escuchábamos su descarga de furia sobre la puerta.
-¿ahora nos cree doctora?...-
-Yo... les creí desde el principio... miren el doctor Cárdenas ha estado a cargo de este hospital desde hace ya diez años, y tengo razones para pensar que ha cometido muchos atropellos contra sus pacientes, así que por mi insistencia aprovechando sus vacaciones vine a revisar algunos expedientes.... y fue cuando me topé con que muchos pacientes habían visto esta cosa... al principio entrevisté a algunos y me dijeron que él les decía cosas, que abusaba de ellos, pensé que era histeria colectiva, pero veo que no... es muy real...-
-¡mis manos! ¡están sucias!-
Gritó Roberto en ese momento, pues la eterna pesadilla de un obsesivo compulsivo es precisamente esa... y la doctora lo sabía, por lo que de inmediato intentó que la cordura llegara a él intentando calmarlo.
.-calma... mira tranquilo vamos a buscar un desinfectante y...-
En esa frase la doctora hizo una pausa, y se quedó viendo hacia el fondo de la habitación en la que estábamos yo también seguí la trayectoria de su vista y en ese momento entendí lo que ella había descubierto... había una puerta al fondo... aunque había estado cubierta por el estante que acabábamos de mover quizás oculta hace años, pero quizás en ese momento era un lugar al que podíamos escapar del Kavner, y aún cuando la propuesta de entrar era altamente riesgosa, quizá era la única alternativa que teníamos para salir de ahí. Bueno, con tan poco tiempo para pensar solo quedaba esa opción, entrar por esa puerta aunque nos condujera a un destino incierto, busqué entre los objetos abandonados de esa oficina y encontré el barrote de una de las rejillas que cubrían las ventanas, hacía mucho tiempo ye las había cambiado así que ese era un olvido que usaríamos a nuestro favor.
Recuerdo haber golpeado la chapa de la puerta varias veces, hasta que cedió, la puerta se había abierto, ante nosotros se hallaba ahora un pasillo obscuro, que emanaba un olor a humedad terrible, la doctora, sacó de su bata su teléfono celular, de esos que cuentan con una lamparita, tan pronto como agarré valor o mis tendencias suicidas se hicieron presentes entré, siendo el primero en hacerlo, después nuestra doctora y finalmente Roberto.
Fueron quizás dos minutos, pero parecieron una eternidad, el pasillo conducía a una escalera, esta bajaba, pero era tanta la obscuridad al fondo de esa bajada, que ya la luz del celular era insuficiente para alumbrar aquella boca de lobo.
-¿y si nos regresamos?-
Fue la pregunta de Roberto, que se escuchó muy cavernosa ante el eco de aquel lugar-
-creo... creo que lo mejor es seguir-
La doctora estuvo de acuerdo conmigo así que de inmediato comenzamos a bajar. Llegamos a un lugar muy similar al hospital de arriba, ese lugar de encierro al que estábamos enraizados, pero este parecía una versión más bizarra del que habitábamos era algo perturbador, en el fondo de aquella pieza, se erguía una especie de quirófano, con grandes manchas de sangre en las paredes: del techo pendían numerosas cadenas, brazaletes con los que seguramente los pacientes mentalmente descompuestos eran atados en otros tiempos, antes de que solo con pastillas se hicieran las ataduras, también se veían algunos aparatos que de sobra sabíamos, eran para dar choques eléctricos a los pacientes. Y las habitaciones de confinamiento eran mucho peor, si ya de por si era dantesco ver semejante quirófano, imaginar a un ser humano, refundido en una habitación de metro y medio por dos metros era más que perturbador, Los cuartos eran de esas dimensiones algunos con camas que tenían dispositivos para inmovilizar a los pacientes otra denotaban que quien los habitara tenía que dormir en el suelo.
-¡ay por Dios!....
En ese momento la doctora, tras exclamar eso, se llevó las manos al rostro, en clara señal de asco por lo que acababa de ver.
-¿qué es este lugar doctora?-
Pregunté aún cuando yo sabía bien que se trataba de una primitiva zona de tratamiento para enfermos como nosotros, la doctora hizo una pausa como queriendo buscar entre su mente, la respuesta menos dolorosa para nosotros, después de tranquilizarse un poco volvió a la explicación.
-Hace tiempo....esta era la única forma conocida por el hombre... para subsanar los abismos de la mente... esta parte del hospital lleva por lo menos cuarenta años cerrada... no se por que aún la conservan... muchachos, discúlpenme, ustedes no deberían ver esto... Hace tiempo, cuando la psiquiatría evolucionó... lugares como estos fueron abandonados... cerrados, para dar paso a los hospitales modernos, muchos de ellos fueron construidos sobre las ruinas de lugares como estos, que gradualmente fuero usados como bodegas, o simplemente olvidados...Pero aquí se experimentó mucho, con la mente humana, aun a costa de un enorme sufrimiento del paciente...-
Comenzamos a explorar un poco el lugar, de momento solo veíamos camas, sillas de rudas herrumbradas, jeringas abandonadas a su suerte, papel tapiz desprendiéndose de las paredes, hasta que finalmente llegamos a una pequeña oficina en el fondo, en ella había un archivero, Roberto, fiel a su costumbre de clasificar cosas comenzó a revisar los archivos dentro de este, para finalmente dar un grito, señal de que estaba estremecido...
-¡oigan!¡Vengan!-
En ese momento de entre cientos, tal vez miles de documentos salió uno que en definitiva, era la abominación más grande de la historia, era una especie de libro, un manuscrito muy primitivo pero su contenido era aterrador: "Estudio clínico para el trasplante de cerebro" comenzamos a leerlo, tenía poca estructura, pero podían entenderse gran parte de los procedimiento, amén de tener numerosas ilustraciones, tanto de anatomía como de artefactos para realizar semejante procedimiento, a todas luces lascivo, cruel... pero lo que a los tres nos dejó con el alma en u hilo fue que al final de este manual de exterminio, estaba el nombre del autor: William H. Kavner...
CONTINUARÁ

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