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viernes, 14 de octubre de 2016

CUENTO PERVERSO Faby Lopez.









CUENTO PERVERSO.
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Tras contraer una enfermedad hereditaria que llevaba muchas generaciones haciendo estragos en su familia, el conde Alfred Von Karstein no tardó en hallarse al borde de la muerte, sin que ni los rudimentarios elixires de sus galenos ni las preces del capellán pudieran prestarle la menor ayuda. Desesperado, el conde hizo voto solemne de consagrar una capilla a cada uno de los ángeles cuyo nombre se menciona en la Sagrada Escritura, en el caso de que el Cielo le concediera sobrevivir a su dolencia. Poco después, su enfermedad se curó de una manera que muchos calificaron de milagrosa y el conde, que era hombre piadoso, cumplió su promesa. Hizo construir en su castillo tres pequeñas capillas, consagradas respectivamente a los bienaventurados arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael. Una vez acabadas las obras, hizo llamar al obispo para que las bendijera con sendas aspersiones de agua bendita. Pero la misma noche de la consagración el conde recibió en su alcoba una aterradora visita, que le reprochó no haber cumplido totalmente su promesa, puesto que se había olvidado, precisamente, del ángel cuyo nombre es mencionado más veces en la Biblia: Satanás, el ángel caído. Y supo que, si no le consagraba una capilla al Diablo antes de que expirase el año, moriría irremediablemente y su alma de perjuro sería condenada al Infierno. Aterrorizado, el conde ordenó a sus servidores más fieles que edificaran en secreto una capilla dedicada al Diablo en los subterráneos del castillo. La obra estuvo terminada a tiempo y el conde mató a los albañiles, para que no divulgaran la existencia de aquella capilla diabólica. Pero faltaba consagrar dicha capilla y, naturalmente, ningún clérigo se avendría a bendecirla. Así pues, el conde recibió una vez más la visita del Diablo y este le dijo al atribulado Von Karstein que él mismo debía consagrar el santuario con sus propias manos, pero no con agua bendita, sino con la sangre de su hija predilecta, la bellísima Gretel. El conde se sintió apesadumbrado, pues adoraba a Gretel con una pasión casi incestuosa, pero se resignó a sacrificar a la muchacha, pues, a fin de cuentas, tenía varias hijas y podía permitirse perder una, cosa que no podía decir de su alma. Además, pensó que, como Dios escribe recto con renglones torcidos, quizás la muerte de Gretel acabara resultando beneficiosa para su conciencia, excesivamente comprometida por el amor excesivamente sensual que le inspiraba la muchacha. Al día siguiente, el conde se acercó a Gretel y la invitó, con dulces palabras y caricias poco paternales, a acompañarlo a los subterráneos del castillo, “pues deseaba enseñarle algo”. La muchacha, como buena hija, aceptó seguir a su padre sin hacer preguntas, pero antes le recomendó beber un poco de agua fresca, pues tenía la frente bañada en sudor (algo normal, teniendo en cuenta la tensión nerviosa que estaba sufriendo el conde). Así, Von Karstein tomó una copa llena de agua que le ofreció la bondadosa Gretel y la vació de un solo trago. A continuación, padre e hija descendieron a la cripta donde se hallaba la capilla del Diablo, sin que nadie los viera. Una vez allí, el conde agarró a su hija y la degolló limpiamente, sin darle tiempo a decir ni una sola palabra. Luego usó la sangre de la infortunada doncella para consagrar la capilla y enterró su cadáver bajo las baldosas del suelo. Acabada su tarea, el conde se dirigió a su oratorio para rezar por el alma de su hija y pedirle a Dios perdón por sus crímenes, pero antes de llegar cayó al suelo, como fulminado por un rayo. Unos servidores lo encontraron poco después, pero ya era tarde: el conde estaba muerto, envenenado por el agua que le había ofrecido Gretel. Esta, temiendo padecer en el futuro la misma enfermedad hereditaria que había estado a punto de matar a su padre, se había dedicado a estudiar en secreto los arcanos de la magia negra y había invocado al siniestro dios Hastur, con el cual había sellado un pacto impío: la salud de su cuerpo a cambio de la vida de su padre.

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