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lunes, 11 de abril de 2016

MATAINDIGENTES Ely Ortiz






ASESINOS SERIALES
"EL MATAINDIGENTES" DE GUADALAJARA.
Como “la basura viviente de la urbe” calificaba a los mendigos el asesino en serie de menesterosos, quien creía ser un “ángel exterminador” que “limpiaría” las calles en 1989.
En enero de 1989 la ciudad de Guadalajara en Jalisco, México, vivía un invierno frío.
No existían aún los albergues públicos y la crisis económica que se vivía en la nación azteca se reflejaba en el gran número de mendigos que vagaban por las aceras de la segunda ciudad más grande del país.
Una mañana, un hombre desconocido que odiaba a los vagos de aquella ciudad, tomó la decisión de eliminarlos.
Se vistió con ropa negra y un sobretodo del mismo color y portaba un sombrero y un bastón, pues cojeaba.
Tomó su pistola calibre 7.65 de origen italiano, la cual había dejado de fabricarse años atrás y subió a su auto, un Volkswagen color blanco, para iniciar su cruzada exterminadora.
EL EXTERMINIO.
Su primera víctima dormía en un banco, acurrucado por el frío.
El asesino apuntó con cuidado y disparó una sola vez. La bala le atravesó la cabeza al hombre, un pordiosero de unos 70 años de edad.
Luego se alejó sin prisa alguna, dejando, a propósito, el casquillo de la bala en el suelo: era su firma.
Había atacado en uno de los barrios bajos de Guadalajara.
Cuando la policía encontró el cuerpo, no le dio mayor importancia, pues la muerte de un indigente, tiende a no interesarle a nadie.
El segundo murió días después en circunstancias similares: apareció muerto en un banco, con el disparo en la cabeza y el casquillo a un lado.
La policía se dio cuenta de que se trataba del mismo calibre y que además era un arma extraña, de colección, pero rastrearla era una labor ardua y el gobierno no destinaría recursos a una investigación en la cual las víctimas eran unos simples mendigos de la ciudad.
El tercer indigente fue ejecutado poco después y la similitud de los crímenes trascendió a los medios de comunicación, que de inmediato publicaron la sensacional noticia: un asesino en serie asolaba Guadalajara.
Lo bautizaron “El Mataindigentes”.
Febrero y marzo trajeron nuevas víctimas, pues el quinto homicidio se cometió en el Sector Libertad, con el disparo certero en la región occipital.
El sexto asesinato lo cometió a plena luz del día y en una de las calles más transitadas de Guadalajara, por lo que algunos testigos escucharon el disparo y vieron un Volkswagen que se alejaba de la escena del crimen.
“El Mataindigentes” aceleró su ritmo: en una misma semana, ejecutó a dos pordioseros más.
Los periódicos vendían más ejemplares y los noticieros locales lanzaban hipótesis sobre los acontecimientos.
Psicólogos y psiquiatras opinaban sobre el perfil del asesino.
La policía no tenía pistas reales, pero decían que sí, que estaban cerca de atraparlo.
"EL RAFLES MEXICANO" DESATÒ LA POLÈMICA.
De repente, hubo otro ataque: un desconocido le disparó por la espalda a un joven que ni siquiera parecía indigente.
La policía se lo achacó a “El Mataindigentes”, con tal de poder hallar un responsable, pero la novena víctima del verdadero asesino fue un personaje célebre en los anales criminales de México: “El Raffles Mexicano”.
"Maestro de la fuga y del camuflaje, a quien le distinguían la astucia, la sagacidad, la habilidad y la artimaña.
El tequilense Roberto Alejandre Hernández, mejor conocido como “El Rafles Mexicano”, se convirtió en leyenda al efectuar un sinnúmero de robos en México y otros países como Francia, Estados Unidos e Inglaterra.
Era un tipo cosmopolita, hablaba varios idiomas, un hombre de mundo que había dedicado su existencia a la alta estafa y a despojar de sus bienes a los ricos y famosos, con astucia y estilo.
Admirado por policías y criminales, se había vuelto un mito viviente.
Sus trabajos eran limpios, sin armas, sin violencia, sin forzar puertas o cerraduras y sin dejar huellas.
Una de sus reglas era jamás lastimar a nadie y había cumplido ese precepto a cabalidad: sus delitos nunca cobraron una vida, ni usó la violencia.
Al salir de la cárcel, se encontró al descubierto: no podía regresar a los círculos que antes frecuentaba.
Fue envejeciendo solo, hasta quedar en la miseria.
En tono de picardía y descaro burlaba a las autoridades locales que en poco tiempo declararon su incapacidad para capturarlo, por lo que hubo necesidad de boletinarlo a la INTERPOL, al FBI y a la Scotland Yard.
Pero los esfuerzos de los sabuesos policiacos no tuvieron éxito.
El también llamado “Ladrón Manos de Seda” se apoderó de jugosos botines en hoteles, joyerías y otros negocios comerciales.
Sólo el paso del tiempo lo venció; después de la tercera edad pasó de ser un ladrón de la alta escuela a un simple indigente que vagaba por las calles de Francisco de Ayza, Belisario Domínguez, Pablo Valdez y Mariano Jiménez en Guadalajara, donde hizo su hogar.
Sin embargo, no hubo policía ni reportero que lo descubriera, quizás adoptó el mejor disfraz que le permitía la libertad en pleno.
Tras vagar 13 años por las calles tapatías la muerte lo sorprendió y un 8 de marzo de 1989 se sumó a la lista del asesino serial quien le acertó un balazo en el cráneo mientras dormía en una banqueta.
Ese dìa “El Mataindigentes” encontró al famoso ladrón en un callejón, ni siquiera sabía de quién se trataba, lo ejecutó como a los demás y después se marchó.
Fue su último crimen.
La noticia de la muerte de “El Raffles Mexicano” escandalizó a los medios de comunicación y exigieron el esclarecimiento del caso, no indignò a nadie la manera en que vivìa pero si que lo hayan matado.
Quince días después, un elegante anciano de 77 años de edad, que se dedicaba a hacer obras de caridad, fue ejecutado en la calle de un tiro en la espalda.
La policía se lo atribuyó a “El Mataindigentes”, aunque la realidad es que no tenía nada que ver con su modus operandi.
Pero el pánico se empezaba a apoderar de la ciudadanía y comenzaron, entonces, los arrestos en falso.
Investigaron en los hoteles de mala muerte que pululaban por allí y en uno de ellos encontraron a un empleado, que les dio pistas sobre un hombre que poseía un Volkswagen y se hospedaba allí.
Montaron guardia y siete días después, el sujeto apareció por allí.
Se trataba de Osvaldo Ramírez de 39 años de edad y sin antecedentes penales.
Confesó que había matado a su amante, un homosexual que deseaba abandonarlo, pero no dijo nada sobre los otros asesinatos.
La policía declaró que habían capturado al asesino y la población lo aceptó, al igual que el verdadero asesino, pues, al darse cuenta de que con aquel error policial quedaría libre de culpa, decidió retirarse.
Un extracto
“Estaba seguro de que todos en la ciudad pensaban igual, pero el ciudadano promedio es un hipócrita que se decanta por la moral del esclavo (…) Enero es un buen mes para iniciar nuevos proyectos. Probablemente en diciembre realizó una lista de propósitos para el Año Nuevo. Dejar de fumar, hacer ejercicio, asesinar indigentes…”, desprendido del libro Sin Clemencia de Norma Lazo.

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