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jueves, 24 de noviembre de 2016

LA HIJA DE DON PORFIRIO. Ramiro Arredondo.







De joven mi abuela paterna Cecilia, trabajó en Chapultepec hasta 1884, siendo don Porfirio presidente de la república. Allí se desempeñó como sirvienta durante cinco años, según me contaron. Hubo un período en el que la aún recién casada doña Carmelita Romero Rubio, primera Dama de la nación, se quejara de fuertes comezones en su frente; eran tan molestas como si fuesen a brotarle unos cuernos. Este malestar era debido a que al señor presidente le diera por jugar a las comiditas, y al papá y la mamá, con la sirvienta del castillo, la joven Cecilia González...
Aquel jueguito que sería demasiado frecuente, terminó de manera abrupta cuando a Cecilia se le comenzara a abultar el vientre. Para entonces doña Carmelita de Díaz ya había caído en cuenta, de que hasta el lujoso pavo comiéndolo por costumbre y a diario, termina por aburrir a cualquier comensal; quizás esta fue la causa por la que a don Porfirio le diera por probar los humildes frijolitos de mi abuelita. Lo malo del caso es que al resultar Cecilia embarazada, por mandato imperial mi abuela sería desterrada de Chapultepec en 1884 sin derecho de réplica...
Las disposiciones de don Porfirio, para con doña Cecilia González Pinzón: 1) Lo que nazca no llevará el apellido Díaz; 2) Cecilia elegirá dónde residir, reportándose ante las autoridades de tal localidad; 3) Deberá contraer matrimonio lo más pronto posible; 4) Se le proveerá de una mesada a partir de un fideicomiso para mantenerla, y a su recién nacido. Nunca supe cuál fue el monto ni la vigencia de esta disposición; ya que las mesadas continuaron llegando muchas décadas después del destierro de Díaz. De aquellos lances amorosos de Díaz nacería mi tía Jesús...
Los rasgos del rostro de mi tía fueron de manera asombrosa, muy parecidos a los de don Porfirio; ‘era tal como si Díaz la hubiera cagado’ como se dice de manera vulgar. Sabemos que don Porfirio era moreno claro y de ojos obscuros; no obstante, debido a sepa Dios por qué herencia genética, mi tía Chuy resultó con tez blanca y con ojos azules, quizás debida a algún gen recesivo de su abuela Petrona Mori, madre de don Porfirio. Al abandonar la capital, mi abuela Cecilia se estableció en un poblado llamado La Coahuayana, sobre la ribera de la laguna de Tecomán…
Allá conocería a un industrioso arriero y comerciante criollo llamado Dolores Arredondo; quien aparte era cazador de caimanes y curtía las pieles para venderlas. Afortunada mi abuela, antes que naciera mi tía, ya estaba casada con este señor don Dolores ‘Lolo’ Arredondo. Mi abuela sólo tuvo dos hijos; mi tía Chuy, y Margarito quien nacido en 1887 vendría siendo mi padre. Tiempo después del fallecimiento de mi abuela Cecilia, mi futuro padre así como mi tía Jesús, se trasladaron a vivir a Tepic. Mi padre adoptó por nombre Margarito G. Arredondo; así, en ese orden…
Porque en esa época así se acostumbraba anteponer la abreviación del apellido materno, al paterno. En Tepic, a principios de 1913, Margarito G. Arredondo se casó con Guadalupe Delgado Beraud, prima de los Dávalos de Mascota. Cinco años más tarde este matrimonio se trasladó a Mazatlán, y tres años más tarde, mi tía Chuy también se fue a vivir al puerto. En Mazatlán, en el magisterio, mi tía Jesús desplegó un gran potencial de conocimientos, destacando tanto como maestra educadora, así como poetisa; y a pulso se doctoró en psicología infantil…
Todo logrado por ella misma; en su casa tenía una enorme colección de medallas, diplomas y reconocimientos por su excelencia como pedagoga y poetisa. Mi tía, jamás quiso hacer valer ningún privilegio ante la federación por su ascendencia porfiriana, según lo atestiguaban los comprobantes mensuales que ella conservaba de sus mesadas, mismas con las que su madre doña Cecilia fuera sostenida. Indudablemente, fue para mí, un gran privilegio haber tenido ante mi destino a semejante calidad de tía, sin agraviar a mis padres, que también fueron excelentes…
MEMORIAS DE UN MAZATLECO
Ramiro Arredondo-Delgado

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