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martes, 3 de mayo de 2016

SU MIEDO LA SALVO DE MORIR Frank LaMora


SU MIEDO LA SALVO DE MORIR
No hace mucho, la mamá de un amigo me contaba que gracias a su miedo, hoy vive y es una feliz abuela.
En su anécdota, doña Fátima, nombre de la dama, dice que esto le sucedió cuando tenía 17 años. 
En tiempo de vacaciones fue de visita a casa de unos primos en un rancho de San Luis Potosí.
Todo había transcurrido como se lo imaginó: caminatas, paseos a caballo y mucha diversión en un río cercano. Pero la noche previa a su regreso a casa tenía problemas para dormir y en su insomnio escuchó de pronto ruidos que le parecieron cascos de caballos y el rechinar como de una carreta que pasaba frente a la casa. La curiosidad la llevó a mirar por la ventana y pudo ver a la luz de la luna llena que efectivamente se trataba de un carruaje antiguo que se detuvo frente a ella. Se dio claramente cuenta que el carruaje llevaba muchas personas adentro. Entonces, el conductor encapuchado, al que sólo le brillaban los ojos, se volvió a ella y le dijo con voz cavernosa:
- Hay lugar para una más.
A la joven Fátima se le erizaron los cabellos de terror, se apartó de la ventana, volvió a la cama y se cubrió con las cobijas hasta la cabeza.
Al otro día no estaba segura si había sido cierto lo que vio o fue una pesadilla, pero se relajó cuando volvió a la ciudad con su familia.
Pasó el tiempo y su vida citadina hizo que la macabra visión quedara en el olvido.
Se casó, tuvo hijos y al aproximarse un mes de noviembre, cuando se preparaba para las fiestas de Halloween, fue de compras a una tienda departamental en donde las y los empleados lucían disfraces de acuerdo a la fecha de muertos y brujas. Estaba en el penúltimo piso, y cargando sus bolsas y cajas se dirigió al elevador. Momentos después se abrieron las puertas, pero se dio cuenta que el ascensor estaba lleno. Entonces, el operador, que lucía un terrorifico disfraz con capucha negra, le dijo con voz gruesa y cavernosa:
- Hay lugar para una más.
De golpe recordó las vacaciones en casa de sus primos cuando tenía 17 años y volvió a sentir el mismo miedo que aquella noche. Retrocedió espantada y sólo atinó a decir:
- N-No, gracias... usaré las escaleras.
Las puertas del elevador se cerraron.
Súbitamente se escuchó un sonido extraño y casi de inmediato se comenzaron a oír gritos de pánico, seguidos por un ruido ensordecedor.
El elevador se había desprendido de los cables que lo sujetaban, cayendo pesadamente al vacío. Todos los ocupantes habían muerto.
¿Presentimiento? ¿Intuición de doña Fátima?
No, fue su miedo lo que le permitió salvar la vida.

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