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miércoles, 28 de junio de 2017

CHAMAN Ely Ortiz Cuento de Efrain cortez valencia

La foto de Ely Ortiz

CHAMAN. (Cuento Corto) Efraín Cortez Valencia. 

La señora Rosy era en su juventud muy bonita, de piel blanca y ojos pispiretos y cabello Crespo, De familia humilde siempre trabajadora, a los 16 años consiguió trabajo de intendente en una oficina de Gobierno Federal.
Ahí 5 años después, conoció a Don Arnulfo, que llegaba hacer trámites a la oficina a nombre de otras personas, él siempre se presentaba como abogado pero los compañeros de trabajo le dijeron a Rosy que era un Huizache.
De bonita forma de hablar y coqueto rápidamente Rosy cayó en sus brazos y después de un corto pero tórrido Romance, Se casaron.
Pero don Arnulfo le salió mujeriego, golpeador y borracho. Pero ella amoldada desde su infancia a mantenerse fiel a su hombre, además de que lo amaba con locura, nunca hizo nada por divorciarse o por ponerle un alto.
Ni siquiera cuando Don Arnulfo le pidió que abandonara el trabajo por los celos que sentía de ella, Rosy se puso a trabajar entonces en su casa vendiendo comida, haciendo tamales y entregas para los vecinos y familiares.
Don Arnulfo también hizo su dinero transando a la gente, pero gastaba mucho con otras mujeres. Era espléndido a la hora de invitar las a comer y llevarlas a los mejores moteles.
Rosy se enteraba pero se aguantaba por amor a sus hijos, quienes también resultaron unos flojos.
A los 18 años la muchacha mayor si junto con un joven, que no trabajaba y nada más la había embarazado, ahora doña Rosy mantenía al yerno, al nieto a la hija a la otra hija y al marido.
quien enfermó había dejado de trabajar y era una carga para doña Rosy, quien con resignación más que amor lo atendía.
En el 2006, como si no bastaran las calamidades, el río se había desbordado y había inundado la calle donde estaba su casa, echando a perder todos sus muebles, doña Rosy salvó la vida en el último minuto.
Se lamentó por un tiempo pero luego pensó que Dios la reconfortaría y se puso a trabajar, así que poco a poco y con mucho esfuerzo logró hacerse de nuevo con sus cosas.
Así la encontró una noche, un viejo indígena guatemalteco qué venía llegando de Estados Unidos con rumbo a Su patria, doña Rosy tenía un pequeño local de comida en la calle frente al río Coatán, precisamente a una cuadra del puente de la central, el hombre de aspecto andrajoso se paro frente al portón de la humilde casa, viendo a Rosy sacar la mesa de madera despintada y acomodar sus trastes con salsas, guisos y el servilletero.
Ella lo vio, primero con indiferencia al notar su presencia parado frente a su local y luego al sentir la mirada del señor, se detuvo y sonrió, saludándolo.
-¿Cómo está? ¡Buenas Noches! -le dijo Rosy, sin detenerse y ahora sacando las sillas de madera a juego con la mesa- ¿Viene de lejos, quiere comer algo?
El viejo, vestido con un pantalón de manta muy sucio y una camisa de mezclilla, también sucia, la miro, entre extrañado y divertido, tenia el cabello entrecano, corto, pero despeinado, llevaba una morraleta de yute, por todo equipaje, colgando a un costado.
Su calzado era un par de huaraches de cuero, bastante desgastados.
El hombre sonrió de repente con una dentadura perfecta y dientes muy blancos que contrastaban con su cara tostada por el sol.
-Si señito, vengo de lejos, de los estados; voy pa mi tierra en Guate -su acento indígena, notaba que era de alguna aldea que apenas hablaban español- y si me gustaría comer, pero no tengo dinero...
-¡No hay problema!-le dijo sonriendo Rosy, que no sabía porque, sentía plena confianza en el viejo -Le daré algo, siéntese.
-Pero...-el viejo la veía ahora con asombro- de verdad no quiero molestar...
- No es molestia, -insistió Rosy y le señalo una de las sillas-Venga, siéntese.
El viejo ya no dijo nada y se acomodo frente a la mesa, mientras Rosy entraba a la casa para salir con una botella de refresco bien fría, la destapo y se la sirvió al hombre, que le dio las gracias con la cabeza.
Después de beber, Rosy ya regresaba con un plato con dos tamales de chipilin y pollo, recién salidos de la vaporera, los dejo en la mesa y le señalo los cubiertos.
-Por favor, Señor...
-Ismael, señito, -dijo el hombre viendo los dos suculentos tamales frente a él-me llamo Ismael.
-Bien, Don Ismael, por favor coma, sin preocupaciones ni pena.
Mientras el viejo devoraba con calma los tamales, doña Rosy se sento a un lado y le platicaba que la venta había estado baja, pero que Dios daba para todos y que sus hijos no le echaban ganas y que el gobierno era una mula, etc. Ismael no la interrumpió, comía y la veía con interés, bebía del refresco y la seguía escuchando.
De pronto ella se quedo en silencio, fue de repente, y el indígena detuvo la masticación para ver que la había asustado; ella miraba hacia la esquina de la calle, donde ahora aparecía la figura de un hombre que se aproximaba hacia ellos, renqueaba de una pierna y llevaba una especie de bastón en la mano izquierda. Ismael se dio cuenta del cambio en ella, casi había palidecido, pero siguió comiendo.
Cuando el hombre llego a donde la luz de la casa lo ilumino, ella sonrió y lo saludo.
-¡Hola Arnulfo! ¿Como estás?
-Nada bien, -le contesto él, más con un gruñido,mientras observaba a Ismael,de arriba abajo, estudiándolo, midiéndolo, juzgándolo; luego con una mirada de claro desdén y asco, se apresuro a entrar a la casa, Rosy lo siguió, como un perro sigue al amo. Ismael sólo movió la cabeza en desaprobación.
Un rato después, y con los ojos rojos de llanto, doña Rosy salio a la banqueta, miro al viejo y le sonrió. Ahora fue él quien con un ademán con la mano le indico que se sentara. Ella obedeció y lo miro, mientras suspiraba resignada.
-Él es su marido ¿verdad? -le dijo Ismael al fin, después de haber bebido el último trago de refresco. Ella asintió con la cabeza, no podía hablar, quería llorar.- Se nota que es un mal hombre...¿Porque no lo deja?
Doña Rosy puso cara de sorpresa y alcanzo a decir, mientras se persignaba.
-¡No! ¿Como cree? Es mi marido, el padre de mis hijos, y esta enfermo...
-Si- la interrumpió Ismael, -pero la trata peor que a un perro, siempre fue desobligado, la engaña, incluso ahora, ¿Porque le debe tanta fidelidad?
-Pues si, -ella bajo la mirada al suelo, ahora no quería ver al viejo- pero es que no se vería bien, yo ...no puedo.
-¿Porque? Créame que a como están las cosas, estaría usted mucho mejor sola, con el problema de sus hijas, y encima cargar al patán de su marido.
-Es que usted no sabe-de pronto ella reacciono y lo miro a los ojos con asombro -¡Oiga! Usted...usted...¿Cómo sabe todo eso de mi y mi familia? ¿Quien le ha contado?
-Nadie, es sólo que yo lo sé...-pero ella se quedo viéndolo, era obvio que no le creía - Esta bien, le diré ¿Cree usted en los chamanes?
-¿Chamanes? -ella se sonrió-¿Esos brujos que limpian con albahaca y ven desnudas a las mujeres? ¡Hasta cree! ¡Yo soy católica!
Ismael, también sonrió con esos dientes de comercial de pasta dental.
-Tiene razón, pero el ser católico no tiene nada que ver, todos creemos en Dios, y el de los Chamanes es el mismo, sólo cambia la manera de hacer los ritos. Y que nuestra religión es tan antigua, que los chamanes entran en mayor comunicación con las fuerzas celestes...pueden aparecer en sitios distantes, pueden leer las mentes y conocer sentimientos, ver el futuro y el pasado y algunos hasta convertirse en animales...
-No lo creo, nunca he visto a un chaman, haciendo algo bueno, sólo hacen sus brujerías, para amarrar navajas o enfermar o quitar marido...
-Eso hacen los malos, Doña Rosy, pero como en todo, hay bueno y malo; algunos son buenos y bastante, curan enfermedades, sanan, hacen milagros, ayudan a la gente, usted necesita a uno de esos.
-No creo en eso, no creo que me ayuden, yo siempre, -ella lo miro a los ojos y bajo la voz, como un susurro, para contarle un secreto-...mire, yo siempre le pido a Dios antes de dormir, que me ayude a terminar con esto, y luego le pido perdón, porque no sé como resolverlo; pero a veces hasta quisiera que mi marido ya se muriera, es la única solución...Y luego le pido perdón por mis pensamientos.
-Si...-Ismael ya no insistió- tiene razón, Dios la va a escuchar, olvide lo que le dije.
-Estoy segura que si, Dios me escucha y me ayudará; por eso usted comió hoy, porque soy su fiel servidora y yo sé que Dios me lo devolverá de alguna forma.
-Eso no lo dude, doña Rosy- el hombre se levanto de la silla y poniéndole la mano en el hombro a la señora, se retiro con rumbo al rió.
Doña Rosy, se quedo atendiendo su local y vendiendo su cena, esa noche le fue muy bien.
La noche siguiente, eran casi las cuatro de la mañana cuando un taxi se detuvo en la esquina, del auto bajo Don Arnulfo, medio borracho, pagó el servicio y de un fuerte golpe cerró la puerta, el taxista le mentó la madre al tiempo que se echaba de reversa.
Ayudado con el bastón, el huizache, cruzo la calle y llego a la banqueta de la cuadra de su casa, cincuenta metros los separaban de la puerta de la casa; iba un poco cansado, aparte de mareado, esa tarde había empezado a tomar unas chelas en dos cantinas, manoseado a unas meseras y después de comer unos camarones picosos, tuvo deseo de una mujer, pero no su aburrida esposa, doña Rosy, que él sentía que olía a maseca y ajo, prefirió a su querida del momento; una chica apenas mayor que sus hijas, morena, fogosa con un gran trasero que lo enloquecía, se fue a buscarla al cuarto que él pagaba y descargo sus instintos carnales. Durmió varias horas y en la madrugada se despertó, se baño, se puso la ropa y salió a buscar el taxi que lo llevaría a su casa.
Pero ahora tenía unas ganas tremendas de orinar, tanta cerveza, se dijo; y como ya no aguantaba, se metió a la ribera del rio, a grandes pasos avanzo entre las piedras grises y la maleza, buscando un lugar donde no llegara la luz amarilla de las pocas lamparas del alumbrado público; encontró un lugar; se coloco bien parado entre dos piedras y descargo la vejiga; no había luna, a 200 metros, pasaban algunos autos sobre el puente dela Central, sus luces lejanas eran lo único que se veía en la negra oscuridad.
Una vez se subió el cierre, se dio la vuelta, pero antes de poder tomar su bastón, que había dejado descansando al lado de un árbol; un gran perro negro, más parecido a un lobo enorme le impidió el paso; orejas en punta levantadas en vertical, los pelos del lomo erizados, la boca abierta mostrando unos enormes colmillos de casi 5 centímetros, las patas enormes...y los ojos, brillaban, como carbones encendidos, gruñía con fiereza, no ladraba, sólo gruñía, las patas traseras se afianzaron en las piedras, Don Arnulfo, quiso gritarle algo al perro "¡Fuera Chucho!" fue lo último que paso por su mente.
El perro lobo, saltó, las patas delanteras pegaron en el pecho, empujándolo hacia atrás, la enorme boca apuntando al cuello, cuando Arnulfo pego su cabeza en las piedras que acababa de orinar, el cuello se le quebró haciendo un feo chasquido, el animal mordió la cara, una, dos, tres veces. Ningún ruido salió de la garganta del hombre.
Minutos después; de la maleza de la orilla del rio Coatán, salió un hombre, con la lengua se limpiaba las manos, manchadas un poco de sangre, que lamia con calma, mientras avanzaba por la calle, buscando siempre las partes más oscuras, un viejo vestido con un pantalón de manta, camisa de mezclilla y un viejo morral de yute.

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