La casa era grande. Al fondo, después de pasar un pequeño patio había un gran cuarto, con una puerta de madera carcomida y chirriante ya cansada de tanto dejar pasar al tiempo, en el que se guardaban enseres y herramientas para las labores de la casa y del campo, y por la puerta trasera, igual de quejumbrosa que su compañera, se accedía a otro patio extenso, con piso de tierra, en donde se ubicaba el baño... Al fondo de este patio, un galerón en donde se guardaba de todo... A un lado del patio, había un gran cúmulo de bloques de cantera que habían quedado de una reciente “remodelación” de la casa...
Era tan grande la casa que en familia se hablaba de la casa de abajo y la casa de arriba... En la casa de abajo se encontraba el gran patio ya descrito... ¡y para un chiquillo, era toda una aventura estar todas las tardes en casa del abuelo y además dormir allí...!
Por eso, cuando oía a sus padres o tíos decir que el abuelo vivía solo y por eso él debía acompañarlo, no prestaba atención...
...él sabía...
...él había visto a aquél peón de su abuelito, a aquel señor callado, chaparrito, con un sombrero bajo el cual apenas se podían adivinar los ojos y un sarape al hombro... a aquél señor al que varias veces había visto de pie sobre las canteras viendo al frente... al parecer viéndolo directamente, pero sin verlo... a aquel peón que de pronto, en un descuido, en un parpadeo del chiquillo... ¡ya no estaba...!
El niño sabía que don Anastasio no vivía solo... alguna tarde, ya oscureciendo, había visto al peón junto a la puerta cerrada del galerón del fondo del gran patio y en cuanto el chiquillo dio la vuelta para entrar al baño... ¡se había ido...! ¡Vaya...! Seguramente había entrado al galerón... Aunque no había oído el quejido de la puerta, el niño no reparó en ello... Al salir del sanitario, ya estaba el callado trabajador de su abuelo en su lugar preferido, de pie sobre las canteras, viendo al horizonte, viendo sin ver...
Lo había visto también entrar y salir de alguna de las habitaciones, siempre sin hacer ruido, siempre con el sombrero cubriéndole los ojos y aquel inseparable gabán al hombro...
¡Claro que el abuelo no vivía solo...! ¿Porqué dirían eso los mayores...? ¿sería solo porque el peón no dormía en la casa “de arriba”...? ¡Pero, de todos modos, él lo había oído por las noches abriendo y cerrando puertas... o arrastrando alguna herramienta...! ¡Claro que ahí vivía...! o... ¿no... vivía...?
A Toño, como a la mayoría de niños de su edad, no le preocupaban los problemas económicos de los mayores, e ignoraba que hacía tiempo que don Anastasio no tenía trabajadores –peones- a su servicio...
Así, un domingo por la tarde cuando el sol ya incendiaba el poniente, llegaron a la casa Efraín, hijo de don Anastasio y Norma, su esposa... Pasaban por el pueblito para dirigirse a la ciudad en donde radicaban, y decidieron invitar a don Anastasio a cenar algún antojito típico, así que llegaron a la vieja casa y don Anastasio que estaba a punto de acostarse a dormir, aceptó de buen grado la invitación...
-Solo déjenme terminar de vestirme y nos vamos –les dijo-
Norma le indicó a su esposo que mientras iría al baño... Siempre lo hacía con una ligera opresión en la garganta, pues debía atravesar toda la casa, el primer cuarto de herramientas y ahí -aunque todavía no oscurecía por completo-, encender la luz del último y gran patio... Pero, en fin... en realidad no era “miedosa...”
Así lo hizo, entró al primer cuarto y el chirriar de la puerta la sobresaltó un poco... encendió la luz del patio trasero y el quejido de la otra puerta pareció avisarle... respiró suave y profundamente... y salió al patio...
A un lado las canteras... al frente... al frente... el galerón y ahí... frente a ella, con un pie sobre el quicio de la puerta del galerón, aquel hombre chaparrito, con sombrero, sarape al hombro que la veía, pero no la veía, que parecía ver al horizonte... que parecía estar ajeno a lo que le rodeaba...
-¡Quién anda ahí –gritó ella con toda la fuerza que le permitía el miedo-¡ ¡Quién anda ahí...! Un escalofrío recorrió su menudo cuerpo...
El hombre callado, “viendo” al horizonte, parecía no oirla, no verla... parecía que era ella... que era ella... ¡la que no existía...!
Norma regresó corriendo a donde se encontraban su esposo y su suegro, quienes al verla entrar, pálida y jadeante, le interrogaron. Don Anastasio y otro de sus hijos que había llegado, salieron armados en busca del intruso, sin encontrar a nadie... habían revisado hasta el entejado sin encontrar nada extraño...
Cuando se disponían por fin a salir a cenar, llegaba Toño con su mamá... Platicaron el incidente mientras don Anastasio se adelantaba con su andar cancino...
Toño preguntó cómo era el sujeto al que había visto Norma y una vez que ella lo describió dijo muy tranquilo: -¡Ah! Es el peón de mi abuelito... ya lo he visto varias veces en las canteras...
Durante la cena, comentaron lo que había dicho el chiquillo, a lo que el anciano señor replicó: - hace años que no tengo peones... ¿Cómo era el que viste...?
Norma volvió a describir al sujeto con un nuevo escalofrío recorriendo su cuerpo...
Don Anastasio, se acomodó en su silla... parecía haberse tranquilizado...
-¡Ah...! ¡Es el difunto Filemón...! A veces viene a recorrer lo que fue suyo...
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