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jueves, 28 de enero de 2016

EL TAXISTA. Arturo Sanchez









EL TAXISTA. 

Trabajando de taxista, me sucediò algo muy extraño en una ocasiòn. 

Una pequeña muriò ahogada con un bocado de comida y su mamà me pidiò que las llevara a un pueblo pasando Tulancingo, Hgo.

Allà se harìan cargo de los gastos funerarios y allà tambièn me pagarìan el viaje, asì que acomodamos a la niña sentadita en medio de su mamà y su hermana.

La carretera estaba llena de curvas, asì que no podìa ir muy ràpido y era tiempo de lluvias y oscurecia muy temprano, asì que trataba en lo posible de ir lo màs pronto que podìa. 

En un tramo de la carretera nos detuvimos casi por completo porque se habìa desgajado un cerro, se veìa a lo lejos que estaba cayendo un tormentòn y mi miedo era que nos agarrara a media carretera, todavìa faltaba mucho para llegar. 

En cierto momento tambièn se prendiò un foquito rojo, que me indicaba que el carro andaba mal, pasamos a un mecànico en el pueblo siguiente y me dijo que el carro no tenìa nada, ni la bateria, ni el aceite, nada, asì que seguimos nuestro camino, solo que ya desesperado por la tormenta y la oscuridad que se acercaban, me puse a hacer oraciòn pidiendo a Dios llegar con bien a nuestro destino.

Estaba muy nublado, nos agarrò la noche, las luces no prendìan, solo nos iluminaba la luna,  yo con el pendiente de que llegara algùn carro o camiòn por atras o incluso del otro lado para rebasar, mis manos sudaban, seguìa orando.. 

Al cabo de un rato comenzò a chispear, la carretera muy angosta y llena de curvas, llegò un momento en que tuve que meterme a la terraceria porque el pueblo estaba entre algunos cerros y no llegaba la carretera hasta allà, tenìamos mucho miedo de que comenzara llover bien, porque se venìa un torrencial y nos podìamos quedar atascados en el lodazal. 

Como pudè segui por ese camino, llevaba ya los nervios destrozados, solo la luna nos iluminaba, y todavìa pasaron 45 minutos que se me hicieron eternos, hasta llegar a un lugar en donde el carro ya no pasaba, tuvimos que bajarnos y carguè a la difuntita, y todavìa nos tardamos en llegar al jacal al que nos dirigìamos como una hora màs, yo rezaba con ansiedad. 

En el momento en que llegamos, abrieron la puerta, entramos y solo hasta entonces, como esperando que estuvieramos a salvo, cayò la peor tormenta que he visto en mi vida, en ese momento me hinquè ahì en medio del cuarto y levantè las manos dando gracias a Dios por habernos ayudado a llegar con bien a nuestro destino, llorè soltando toda la tensiòn que sufrì en todo el camino. 

Ahì ya tenìan la caja de la pequeña y la comenzaron a preparar para velarla, me ofrecieron un cafè caliente y me dijeron que me fuera a dormir, y asì lo hice, despertè hasta el otro dìa como a las 11.00 horas, y despuès del entierro ya con calma fuè un mecànico a acompañarme, se tardò dos dìas màs en arreglar mi carro, dìas que me quedè con esa familia tan amable a la que no volvì a ver pero que no olvidarè jamàs. 




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