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sábado, 6 de febrero de 2016

EN LA SELVA Frank LaMora











EN LA SELVA.

Esta anécdota que les comparto, me sucedió en 1972, cuando tuve la suerte de escribir algunos argumentos para la revista de Chanoc.



Para documentarme sobre la selva y el mar, hice un viaje a Chiapas. Ya en el sureste y acompañado de dos guías, me di cuenta que la selva es un lugar misterioso, donde la soberbia y la lógica urbanas se hacen pedazos en pocas horas.

Confieso que la selva me intimidaba y más al anochecer, cuando lo negro adquiere su real significado y todo se llena de oscuridad. Sin embargo, si quería conocer la selva tenía que aventurarme en aquella masa de tinieblas impenetrables.

Después de dos días con sus noches en medio de la espesa vegetación, me había acostumbrado al ruido incesante de esos lugares, pero a la tercera noche, cuando estábamos a punto de dormir, todo cesó de repente y reinó un completo silencio sobrecogedor.

Casi de inmediato comenzó un sonido distinto a todo lo que yo había escuchado. Fue como si todos los seres vivientes de la selva se hubieran puesto de acuerdo y de manera coordinada para cantar la misma melodía. 

Un canto que nos rodeaba y nos envolvía, y por momentos parecía surgir a pocos centímetros de nosotros.
- ¿Qué es eso? -pregunté a los guías-
- Son los duendes, -dijo uno- por aquí hay muchos.
- Se llaman chaneques. -dijo el otro-
- ¿Ellos son los que cantan?
- Sí, patrón. Quieren regalos.

Uno de mis acompañantes puso en el suelo una botella de mezcal; el otro dejó caer una o dos cajetillas de cigarros Faros y yo, de mi mochila saqué carne seca y algunas tortillas de harina que llevaba.

Y así, tan de repente como había comenzado aquel canto, también se cortó, y escuchamos a nuestro alrededor como pisadas de pies pequeños que corrían en diferentes direcciones.

Cuando buscamos lo que habíamos dejado en el suelo ya no había nada.

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