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jueves, 4 de febrero de 2016

REMEDIO PARA LAS MALDADES. Leyenda Ely Ortiz

REMEDIO PARA LAS MALDADES. (LEYENDA)
Son varias las historias que explican la presencia de un palo grueso, como de un metro de largo que estuvo colgado de una alcayata durante muchos años sobre la pared de una casa situada en una calleja del centro de la ciudad de México. Por ese detalle, dicen, a esa calle se le nombró: Callejón del Garrote.

Una de esas historias, si no la más verídica, si la mas curiosa, narra que en la época de Maria Castaña, hace muchos años, en ese lugar se reunìan vagos y mal vivientes para urdir sus pillerias, beber alcohol y armar escándalos.
El causante de ese desorden era Genaro Bojórquez, un pícaro de 15 o 16 años, que vivia en esa calle, y quien a pesar de su corta edad era muy conocido por sus delitos. Todos los truhancillos aquellos lo tenían por su lider.
En un cuchitril vivia Genaro con su pobre madre, doña Panfilita, una mujer de edad avanzada que solo tenía ese hijo a quien quería mucho, pero no dejaba de reconocer sus defectos.
Ella misma contaba a sus vecinas lo malvado que el muchacho había sido desde niño, pues apenas anduvo a gatas fue el verdugo del gato de casa: lo pellizcaba, hasta arrancarle los pelos y le jalaba la cola, y cuando el felino lo rasguñó, el chiquillo lo arrojó al pozo; y el minimo se ahogo, mientras él se reía.
Ya más grandecito, golpeaba sin motivo y con saña a otros niños, pues le gustaba verlos sufrir y sangrar, y como siempre había sido muy alto y muy fuerte, no había quien pudiera con el. 
Su maldad era tal, que a los siete años empezó a hurtar, primero a su madre, que apenas ganaba unos pesos lavando ropa. 
Luego empezó a meterse a las casas vecinas y se llevaba lo que podía, desde monedas, hasta gallinas. Vendiendo lo que hurtaba, empezó a conocer a la gentuza que ahora frecuentaba.
Los vecinos estaban muy fastidiados de aquellos rufianes que no solo ensuciaban la calle con basura, escupitajos y orines, si no que además agredían a los niños y jóvenes que ahi vivìan, a quienes les quitaban sus pertenencias. A las niñas, adolescentes y señoras, avergonzaban con vulgaridades.
La justicia de entonces, con sus alguaciles y corchetes, nada podía hacer contra de aquellos delincuentes, pues si alguna vez llegaban por ahí, los pillos huían trepando las paredes y cruzando las azoteas. 
Si alguna vez era atrapado alguno y encarcelado, no tardaba en salir libre y volver.
La madre de Genaro, avergonzada ante sus vecinos, por la conducta de su hijo, le suplicaba inútilmente que cambiara sus hábitos.
-¿Por qué eres asi, Genaro? -le decia Panfilita, con lágrimas sobre sus mejillas.
-Así nací, asi soy, si no le gusta, me voy -contestaba el descarado.
La mujercilla amaba a su hijo aunque fuera un delincuente, y por nada del mundo quería que se marchara. Lo que más deseaba era que aquel muchachote, tan inquieto, tan fuerte, llevara su vida por mejor camino. Pero de nada habian valido los regaños, rezos, novenarios, y hasta extenuantes caminatas a la Villa de Guadalupe, hechos por Panfilita, Genaro seguía de pillo.
Alguien le dijo que consultara a la madre Juliana, una india muy anciana que tenía fama de bruja, capaz de hacer cosas increibles. Y aunque la hechicería le daba temor, decidió buscar a Juliana con tal de lograr algún resultado. 

Así pues, salió una mañana rumbo a Tacubaya, donde vivía la hechicera, con una esperanza pequeña, y regresó por la tarde con una tranca grande.
Una vecina al verla cargando aquel palo, que casi era de la estatura de Panfilita, le preguntó: -¿Para qué lo quiere, vecina?
-Es un remedio contestó la mamá de Genaro, con una gran sonrisa.
Ese dia al anochecer, cuando el borlote de los pillos empezaba a hacerse en grande, salió la señora a la puerta de su casa cargando aquel palo misterioso. Genaro bebía y chanceaba, presidiendo el alboroto. Su madre lo llamó con dulzura: "Genaro, hijito, ven. alguien te busca".
El muchacho no era obediente, pero acudió al llamado de su mamá pensando que se trataba de algún compinche que había robado algo y queria mostrárselo dentro de casa para no ser visto.
Cuando Genaro cruzó el umbral de la casa, la señora aventó el garrote dentro y luego cerró la puerta con llave.
De inmediato se empezaron a escuchar los gritos. -¡Ay! ¡Ayyayay! ¿Quién...? ¡Ay! ¡Déjame...! ¿Quién es...? ¡Espíritu maldito, demonio o lo que seas! ¡Ay! ¡Ay! ¡No, ya no me pegues, por favor! ¡Ay, Ay, Ay!
Al oír el escándalo, sus amigos trataron de abrir la puerta, pero no pudieron, era zaguancillo muy bien puesto y macizo, de mezquite.
También algunos vecinos salieron a ver qué pasaba y le preguntaron a la madre de Genaro, ella lloraba pero parecía contenta.
-Están curando a mi hijo -contesto con cierto orgullo.
Después de un buen rato, la señora abrió la puerta y aquel muchachote feroz salió como un corderito, pero uno muy lloroso y asustado que decía temblando y con los ojos desorbitados: "¡Ese maldito palo me ha golpeado!"
El madero estaba ahi tirado en el piso, inmóvil y para nada parecía algo sobrenatural.
Algunos amigos de Genaro creyeron que estaba loco, otros estaban muy avergonzados de ver su lider lloriqueando, y varios más procuraban que no se les notara que estaban asustados, creyendo que el garrote podía hacerles lo mismo a ellos. Todos se fueron.
Doña Panfilita, muy satisfecha, colgó el garrote fuera de su casa y luego entró con su mallugado hijo para ponerle fomentos en su adolorido cuerpo.
Desde ese día Genaro, al entrar a su casa, le decía al palo: "Me porte bien, me porte bien".
Y cuando no era cierto, dicen que aquel garrote desaparecía de su lugar y adentro se empezaba a escuchar los gritos y lamentos del muchacho. 
Eso sucedió muy pocas veces, por que Genaro pronto encontró una ocupación que le gusto mucho y decía muy contento.
-¡Me encanta, y además me pagan!
Pues si, por que trabajaba en un taller de canteros. En muy poco tiempo logró hacer piezas notables, con sus manos fuertes, hacía que el cincel y el marro sacaran a la piedra figuras de santos, angelitos, leones, gárgolas, columnas con sus capiteles, estatuillas y bustos de héroes, también hacía marcos sólidos para portones con sus respectivos escudos, que enunciaban el linaje de los que iban a habitar alguna casa. 
Lo que mas le gustaba era esculpir fuentes y se sentía orgulloso al verlas funcionar, barboteando chorros de agua que se deslizaban con figuras de peces o ninfas, también hechas por él.
Genaro en algunos años, se hizo fama de gran artesano, y de bastante dinero, y él y su madre se mudaron de casa. 

Dicen que el garrote ahí se quedo y que la acción del tiempo lo destruyó. Pero otra versión de la historia cuenta que alguien de otra colonia, al saber de sus poderes curativos para quitar vagos de las calles, se lo llevó... 

Hay quien dice que en la actualidad algunas personas lo buscan con la ilusión de ver si aun existe, para intentar con ese remedio sobrenatural librarse de las pandillas, que hacen de las suyas en muchas zonas de nuestra ciudad.

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