FRAGMENTO DEL CUENTO DE MI AUTORIA... "LA CARTA"
-- (en recuerdo de mi tía Guadalupe) --
HOY, COMO todos los días 12 de diciembre, me acuerdo de mi tía y siento lástima de quienes viven solos en ese mar de gente de una ciudad.
De los que les aprieta el corazón de pensar en la soledad tan triste de las cuatro paredes de su corazón.
De esa gente como mi tía Lupe, porque pienso que se les ha de pegar la lengua de no tener a quien decirle una palabra, que se les endurecen las manos por no tener a quien hacerle un cariño.
Las que se abrazan a la almohada en las noches y se restregan los labios entumidos y duros, porque no se les han entibiado con el calor de un beso.
Me acuerdo del día que vi llorar a mi tía Lupe. Quién sabe por qué se me quedó tan grabado el recuerdo de la vez que lloró. Nada más yo me di cuenta de eso... el caso es que nunca le he platicado a nadie que la vi llorar.
Fue uno de esos días antes de las posadas. Mi mamá necesitaba unos listones, no sé para qué, y me mandó con mi tía Lupe, ella tan curiosa y ordenada, con toda seguridad tendría por ahí unos, y con seguridad se los prestaría. Fue una de esas tardes de diciembre en que el sol anda nervioso, como de mal humor, como con ansias de irse.
Cuando llegué a su casa se me afiguró que le había dado gusto verme. Eso pensé al principio, pero después... bueno, me dijo que iba a buscar los listones en su petaquilla, que me pasara a la sala para que no empezara a espantarle sus pájaros, que no sabía cuándo iba a portarme como un hombrecito hecho y derecho... y eso que ya me empezaban a maliciar los bigotes.
Eso me dijo, como entre regañada y cariño, y luego me trajo una taza de arroz con leche que me puse a saborear muy quitado de la pena y ella se fue a sacar aquella petaquilla que guardaba no sé en qué rincón de su ropero.
De pronto me di cuenta que estaba llorando con un llanto suavecito, como una lloviznita leve sobre la tierra suelta, con un murmullo de esos que apenas se siente.
Al principio sentí susto, me dio miedo verme allí, con ella a llorè y llore; pensé que se había puesto mala, que tenía algún dolor clavado, de esos que no avisan.
Eso pensé y me acerqué de puntitas. Entonces vi que de su petaquilla había sacado una carta y que eso fue lo que la hizo llorar. Quien sabe quién la había escondido allí.
De seguro ella no lo sabía, porque si no, no hubiera tenido la cara de dolor que tenía. Era la carta de un conocido suyo que tuvo en su juventud, de un hombre que le proponía que se casaran, pero una de mis otras tías no se la enseñó para que no se casaran.
Y no se casó, nunca volvió a aceptar nada de ningún otro hombre, y sucedió, como se decía antes: "se quedó para vestir santos por el resto de sus días."
Todo eso le amargó su vida, se la echó a perder, y todo eso le dio mucho dolor por el modo en que mi tía estrujaba la carta, y la besaba, y la apretaba contra su corazón ya marchito y arrugado, y por el modo en que juntaba los labios para que no se le saliera el nombre que casi le reventaba en sus gemidos.
Luego de que ella murió, me las arreglé para hacerme de aquella carta que nadie más vio ni ha visto y que destruí muchos años después de su triste partida.
Por eso, hoy, día de la virgen de Guadalupe, me acordé otra vez de mi tía Lupe, ahora que la gente anda en la calle, tan llena de gusto deseándose una "feliz navidad y un próspero año nuevo" entre risas y abrazos, me acuerdo de ella entre tantos foquitos y luces de colores.
(FLaM)
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