JULITA.
En céntricas calles de una ciudad colonial (como alguna que usted posiblemente ha visitado o habita), existe un conocido callejón.
Por las tardes es un atajo concurrido con tres o cuatro tiendas; por las noches, solo unos cuantos peatones se atreven a cruzarla.
En la esquina un viejo teatro-cine, es el mayor surtidor de gente para la angosta calle y una tienda de café molido aromatiza el ambiente.
Yo vi. todo desde mi departamento a mitad del callejón; una ventana fue el lugar perfecto para observar durante el tiempo en que “Julita se transformó de sueño en pesadilla".
Hace unos cuatro meses comenzó todo (en invierno), no recuerdo con exactitud la fecha, lo que sí recuerdo es que era una tarde gris y fría.
Ese día con pasos lentos y cansados, apareció Julita, así la comenzamos a llamar todos los que vivíamos allí, aunque nunca supimos su verdadero nombre.
Llegó y se instaló a mitad del callejón; con sus ropas miserables y sucias, se sentó sobre la acera.
El único equipaje que le conocimos era su mirada vacía y su mano extendida, casi sin vida.
La gente en ese su primer día, pasaba, pasaba... y pasaba; de cada cincuenta o más personas, solo uno o dos, le daban alguna moneda.
Después de los primeros días, yo percibía el malestar de Julita; el odio que crecía dentro de ella.
Pasó poco más de una semana, tiempo en el que adquirí la afición de observarla.
Creo que en esos días Julita comenzó a convertirse en una obsesión para mí, inclusive llegue a ignorar la radio y la televisión.
Pasaba el tiempo y la anciana no se daba por vencida, a pesar de que la mayoría de la gente ni siquiera la percibía, ella permanecía hasta altas horas de la noche, sentada en la sucia banqueta.
Nunca supe (ni ningún vecino), donde pasaba las noches... era un misterio.
Recuerdo bien que fue en una de las primeras posadas de diciembre, regresé ya tarde al departamento, me había divertido bastante en casa de algunos amigos y en el camino me compre unas cervezas.
Al llegar me dirigí a la ventana, me senté en la silla que tenia en ese sitio especialmente para observar, mire hacia fuera.
Julita estaba aún allí sentada, se veía mas solitaria que nunca.
Destapé una cerveza, eran cerca da las doce de la noche, unos minutos menos; comenzó a caer una ligera llovizna.
Una macabra carcajada me despertó (me había quedado dormido con la cerveza en la mano).
Afuera, Julita estaba bailando sola en el callejón, en medio de esa noche fría y lluviosa.
Su risa erizaba la piel, pensé que se había vuelto loca; bailaba, reía gritando insultos y palabras que no entendí.
No sé si fue mi imaginación o el cansancio, lo cierto es que distinguí una silueta alta y negra en la esquina del callejón.
La anciana cayó de rodillas, cansada de su frenético baile, luego se levantó y se fue, la acompañaba la silueta negra.
Busque con desesperación una botella de tequila medio vacía que tenia escondida, la tome con avidez... eran las dos y media de la madrugada.
Con un terrible dolor de cabeza me fui a trabajar.
Mientras despachaba en la tienda de pinturas en la que laboraba, contaba el tiempo esperando que terminara mi jornada.
Inmediatamente después de salir, me apresuré para observar a Julita, tenia la duda de que había pasado la noche anterior.
Al mirar por la ventana, esperaba encontrar algo nuevo, pero allí estaba, sentada en el mismo lugar, ignorada como siempre.
Sin embargo, observando bien descubrí la diferencia.
Julita sonreía... aún sin recibir nada en su esquelética mano.
Supuse que algún milagro la había hecho cambiar, algo que había arrancado el odio de su corazón (difícil cambiar la soberbia de los peatones), ese cambio me hizo sentir mejor.
El observar contenta a Julita nos tranquilizó a todos los vecinos; aún yo que era el más asiduo seguidor de la anciana, comencé a perder interés en ella.
Pero el gusto duró poco, algo me regresó a mi lugar junto a la ventana, era su carcajada.
Todas las noches al terminar su jornada, reía frenéticamente; no era una risa común, era hueca y macabra.
Volví a observarla todas las tardes, buscaba algo... y lo encontré.
Era el último día del año, uno de mis hermanos había llegado de visita.
Como era un día libre me senté junto a la ventana desde muy temprano.
Julita llegó y se sentó en el lugar de siempre, la vi muy contenta.
Entonces me di cuenta de algo: la anciana tocaba, o más bien rozaba las piernas de los peatones, inclusive se sentó más alejada de la pared para alcanzar a los que pasaban frente a ella.
Aunque la ignoraran, no se salvaban de ser tocados.
Algunos no percibían el roce, otros (que llevaban pantalones cortos o vestido), al sentir la mano de la anciana, daban un salto sorprendidos.
Llamé a mi hermano para que viera lo que pasaba y me dijo: yo no veo nada, solo que los toca accidentalmente, lo que sí veo es que estas mal carnal; ya deja a esa ruquita en paz, ven, come algo.
Casi me jaló a la mesa, desayunamos y salimos a la calle.
Al pasar junto a la anciana, mi hermano jugándome una broma me aventó hacia ella., yo trate de esquivarla, pero la inercia me hizo caer.
Me miro a los ojos, a pesar de que casi la aplastè, ella me sonrió; en ese momento, la anciana me sujetó la pierna con una fuerza inusitada.
Por mi mente, pasaron en un instante varias opciones para explicar el hecho; pensé que Julita también bromeaba, que trataba de que no escapara o que algo desconocido y perverso motivaba a la anciana a no soltarme.
Sentí que me faltaban las fuerzas, me sentía pesado.
Al cruzar mi mirada con la de ella, sentí pánico, con toda la energía que me quedaba traté de zafarme, en ese momento perdí el conocimiento.
Al abrir los ojos lo primero que vi fue a mi novia Ruth (la que había casi olvidado por mi obsesión hacia la anciana), a su lado, mi hermano discutía con alguien que resulto ser un doctor.
-¿Qué me pasó?-, pregunté esperando encontrar una respuesta de cualquiera de los presentes.
Mi hermano se acercó a la cama y me dijo: -Te desmayaste carnal, ya ves por no comer bien y pasarte todo el tiempo viendo a la viejita esa que pide limosna-.
Me sentía muy cansado, el doctor dijo que era desnutrición, que al parecer no había comido en varios días.
Ruth me veía con sus ojos preocupados y llorosos.
-Pero si como bien-, afirme (y si era cierto). Mi alimentación era buena, no excelente, pero si la suficiente para todo el día.
-Pero mi vida... vete en un espejo-, dijo Ruth con una voz casi inaudible. Caminó y trajo el espejo del baño.
Realmente me veía demacrado, con ojeras de insomnio y la piel seca y escamosa, parecía como si hubiera “envejecido”.
Mi hermano se rió y dijo divertido: -Parece que estas más ruco carnal...
La fiesta de ese año nuevo me la pasé en la cama, custodiado por mi hermano y Ruth.
Traté de no pensar en Julita, sentía una enorme curiosidad por verla, pero mis vigilantes habían obstruido la ventana.
Por la noche trajeron pizza y vino tinto, bailamos, o mejor dicho bailaron; cenamos y nos dimos el abrazo a las doce en punto...
Afuera, entre el bullicio, alcancé a escuchar una carcajada.
Mi hermano permaneció conmigo por una semana, el día cinco de enero se marcho a San Juan del Río, a casa de nuestros padres.
Al irse me dejó la alacena llena y un sinnúmero de recomendaciones, entre ellas el que no me obsesionara con la anciana.
Ruth era una mujer frágil, a pesar del ejercicio que significaba pertenecer a un grupo de baile folklórico.
Pertenecía a una familia conservadora y .... yo la amaba.
Ruth no me abandonó, comenzó a visitarme todas las tardes, me llevaba comida y algunas golosinas.
Desgraciadamente me despidieron en el trabajo por faltar más de una semana.
-No te preocupes, cuando te restablezcas, encontrarás un nuevo trabajo-, me consolaba Ruth.
Seguía pensando en Julita, me preguntaba si mi desmayo le habría afectado de alguna manera.
Habían pasado casi dos semanas sin que hubiera visto a la anciana y comenzaba a sentirme mejor.
Uno de esos días, por fín me levanté de la cama.
Me dirigí a la ventana, quité con mucho cuidado los objetos (para después dejarlos igual), con los que Ruth y mi hermano habían tapado la ventana y me asomé.
El vidrio estaba un poco sucio, lo limpié; la luz de la mañana me deslumbró.
Julita estaba en el mismo lugar, tocando a los peatones como siempre, pero observándola bien, se veía cambiada después de dos semanas.
Quien la veía a diario, no notaria los cambios, pero yo sí; como quien ve a un familiar después de uno o dos años.
La anciana ya no se veía tan anciana, se notaba más contenta y jovial... como si “hubiera rejuvenecido”.
Antes de que llegara Ruth, tapé nuevamente la ventana, tratando que no se notara algún cambio.
Comimos y bromeamos un poco, sin embargo no podía ocultar mi ansiedad y preocupación por lo que había notado en Julita.
-¿Qué te pasa...?, te noto extraño-, dijo Ruth mientras me observaba.
-Es que me preocupa que no tengo trabajo-, le mentí.
Por la noche acomodè las cosas de la ventana para no tener que quitar todo, dejé una tabla que al quitarla me dejaba un buen espacio para observar.
Eran las doce de la noche, Julita se levantó del suelo, se veía más ágil.
En la esquina apareció la silueta negra, se acercó a Julita y comenzaron a bailar... danzaban y reían.
Al día siguiente, me asomè temprano por mi espacio secreto.
La anciana llegó y ocupó su lugar, oculta bajo su viejo chal no dejaba ver su rostro.
La miré con detenimiento toda la mañana para descubrir algo nuevo.
Observaba el momento en que Julita tocaba a los peatones, sabía que en ese acto se escondía algo.
Me disponía a tapar la ventana, cuando pasó algo que cambiaría por completo mi vida.
Una señora se detuvo junto a Julita, llevaba un bebé en una carriola y lo dejo justo al lado de la anciana.
En un momento de descuido de la madre, Julita metió la mano dentro de la carriola y sujetó al bebé. Al voltear la madre hacia la carriola dio un grito de terror, al levantar al niño este parecía una momia, la piel se le escurría.
Yo no podía articular palabra, estaba petrificado... había descubierto el misterio de la anciana... que ya no era una anciana....
Una ambulancia llegó, el bebé ya había muerto, su madre lloraba desconsolada.
Julita un poco alejada del lugar observaba la escena, en un momento dado volteó hacia mí y sus ojos se cruzaron con los míos; tapé de inmediato la ventana.
Me armé de valor y salí a la calle, con pasos vacilantes caminè hacia ella, al verla de cerca vi de frente la cara de la maldad; con una cínica sonrisa me observó, dio media vuelta y se fue.
Al llegar Ruth, me encontró acurrucado en una esquina del departamento.
Después de aquel día fatídico, trate de olvidarme de Julita.
Ruth estuvo pendiente de mi y afortunadamente, algo paso con la anciana (que ahora ya no lo era), que también desapareció. Pensé que el hecho de haberse visto descubierta la había ahuyentado; por mi parte, no comente a ninguna autoridad lo que vi... nadie me hubiera creído.
Encontré un buen trabajo de tiempo completo, Ruth y yo comenzamos a pasar mucho tiempo juntos.
En realidad Ruth nunca creyó lo que le dije, decía que mi imaginación me había hecho una mala jugada, que la debilidad que tenía había influido para que cayera en esa alucinación.
Después de más de un mes de aquel del episodio con el bebé, estaba casi convencido de que todo lo había imaginado, inclusive Ruth me había convencido de ver a un psicólogo.
Pero como en otras ocasiones esa calma no duró mucho tiempo.
Esa tarde, después del trabajo, Ruth y yo llegamos al departamento; cenamos, vimos televisión y aproximadamente a las ocho de la noche, acompañé a mi novia a la parada del autobús.
De regreso, al entrar al callejón, vi a una joven mujer caminar tranquilamente en la banqueta; no tarde mucho en saber a que se dedicaba; algunas señoras al pasar junto a ella hacían un gesto de desagrado.
Vi que el exceso maquillaje no ocultaba su belleza.
Subí al departamento y casi automáticamente me dirigí a la ventana; observé el caminar de la mujer de una esquina a otra, se movía con pasos lentos, tal ves para no cansarse con su ir y venir en el callejón.
Algo extraño pasaba con ella... en caso de ser una prostituta, rechazaba todas las propuestas... solo en algunas ocasiones abrazaba a los posibles clientes... parecía que solo le preocupaba... “tocarlos”.
Un torrente de sangre subió a mi cerebro, mi corazón latía con rapidez...
Era Julita que había regresado, ahora era joven... “la joven Julia”.
Esperé temeroso la media noche, pensé que al escuchar una carcajada comprobaría mi hipótesis, pero no escuche nada.
Me levante con cuidado y me asomé; en la esquina, Julia se alejaba acompañada de una silueta negra.
Amaneció, era sábado y solo trabajé medio día, al salir fui de inmediato con Ruth para contarle todo.
Ella me escuchó incrédula, mi nerviosismo era evidente, al terminar mi relato ella dijo:
-Tranquilízate, yo estoy aquí contigo, te creo... pero, debes enfrentar tu miedo, debes hablar con la mujer... solo así te cercioraras de que es lo que pasa en realidad-.
Aprobé su comentario con la cabeza, creí que lo que decía Ruth era lo correcto... era el momento de enfrentar a la Julia.
Caminamos toda la tarde, esperando que el viento de la tarde me ayudara a darme valor, después nos dirigimos al callejón.
Al entrar en el, vimos a la mujer parada a unos metros de la entrada al departamento, Ruth y yo nos dirigimos a ella.
La mujer rió divertida después de que terminamos de hablar, dijo llamarse Rosalía (“Chivis”para los amigos), y afirmó que jamás había escuchado una historia más absurda.
Nosotros también reímos, me sentía mejor. Al despedirnos le dimos la mano... en el momento en la toque y vi su rostro comprendí que la pesadilla no había terminado.
Al entrar al departamento Ruth se sintió mareada y me pidió una aspirina, traté de decir algo, pero ella se negó a escuchar, se molesto conmigo y dijo:
-No quiero volver a hablar de esto, si haces algún comentario jamás me volverás a ver...-
Hubo un rato de silencio, de pronto sentí mucha sed y me dirigí a la cocina, Ruth se despidió enojada desde la puerta, diciendo que no la acompañara.
Me sentí un poco mareado, como si no hubiera comido nada en todo el día, comprendí que la causa había sido el momento en que nos despedirnos de la mujer.
Preocupado corrí hasta la puerta, baje precipitadamente hacia la calle tratando de alcanzar a Ruth.
Casi en la esquina la mujer abrazaba a Ruth que estaba tirada en la banqueta... gritaba hipócritamente pidiendo ayuda, mientras la apretaba con fuerza.
Al verme se levantó y se alejó corriendo, iba riendo y saltando burlonamente.
Ruth estaba muerta... yacía tirada en el suelo, su cuerpo era el de una anciana.
Sabía que Julia tenía que regresar, su apariencia seguramente sería distinta... pero yo la reconocería.
Había perdido todo, a Ruth, mi trabajo, el respeto de la gente, pero sobre todo había perdido sentido a la vida.
Ya no salía del departamento, estaba endeudado, la renta se acumulaba y no tenía ningún ingreso.
Vivía casi de la caridad de los vecinos, algunos me obsequiaban comida y otros me recomendaban encerrarme en un hospital...
Me asomaba diariamente a la calle, pero no veía a Julia, sabia que su apariencia debería ser de una niña.
Sospechaba de cada jovencita que pasaba, pero cuando se alejaban del callejón, sabía que no era quien buscaba.
Habían pasado cerca de dos meses de que la mujer había desaparecido, pero yo no me recuperaba, los vecinos creían que me había vuelto loco tras la muerte de Ruth.
Por fin apareció... era una niña, aparentaba unos once años, caminaba por el callejón como si buscara a alguien.
Traía un papel en las manos, se acercaba a las personas y les preguntaba algo, a quien le daba alguna moneda se lo agradecía con un “tierno abrazo”.
Yo sabia que era ella, tenia que hacer algo... eliminarla... ¿pero como?.
Durante varios días estuve pensando hasta agotarme, caminaba por el departamento por horas hasta caer rendido; y después de mucho, creí haber descubierto el talón de Aquiles de la ahora, “niña Julia”.
Lo planeé todo, me bañè, me rasurè y me puse ropa limpia; siempre pensé que para morir tenia que estar presentable.
Lo preparé todo para un sábado, encargué mis cosas a los vecinos, quienes creían que me había recuperado y que saldría de viaje; por último, dejé en la mesa una nota para mi familia.
Espere a que fuera de noche...
Me asomé a la ventana--- allí estaba, contaba las monedas recogidas esperando que salieran las personas que habían asistido a la función nocturna del cine, se sentó en la banqueta a esperar.
Salí decidido, me dirigí directamente hacia ella.
La llamé por el nombre que le había puesto desde un principio... “Julia”.
Ella no se inmutó y con su voz de niña me dijo: -¿Me habla usted señor?-.
Sin dudar en lo que hacía, continué. –Sé quien eres niña, o más bien anciana... o asesina...-.
La niña me miraba con ojos de espanto, en un momento pensé que estaba equivocado, que todo el tiempo me había mentido a mí mismo, que me había dejado arrastrar por la locura... ¡cómo había pensado que esa inocente niña fuera Julia!.
Di unos pasos hacia atrás, mi mente era un mar de confusión, traté de disculparme con aquella niña... pero no podía.
La miraba a los ojos y ella a mí... esos segundos se me hicieron una eternidad, era como una competencia para ver quien aguantaba más.
La niña comenzó a sonreír, después no pudo contener una franca risa burlona.
Su voz se hizo grave, cavernosa.
-Está bien imbecil... me descubriste!, pero antes de que corras a tu casa como marica, te voy a aclarar tus dudas:
Siempre odié... odié a las personas como tù que siempre me vieron con desprecio, como si fuera una basura... fui pobre, vieja y enferma y nadie me ayudò... hasta que llegó “él”, y me diò todo... por eso hice todo lo que viste; pero para ti es demasiado tarde... cuando llegue “él” me dará un nuevo cuerpo, tal vez el de tu hermana-.
Rió a carcajadas, la gente del cine comenzó a salir, tenía que hacer algo, llevar a cabo mi plan.
Me arme de valor y dije: - No me asustas... por si no lo sabes, acabaste con todo lo que tenia, así es que ya no me importa vivir o morir-.
Me abalance sobre ella, al principio ella también me apretó con fuerza, pero comprendiendo su error trato de zafarse.
Comencé a envejecer abrazándola, me sentía cada vez más débil. Ella se hacia cada vez más pequeña, tal como yo había pensado...ella también perdía fuerza física. En un momento era un bebe, pero aún así no la solté... hasta que quedé tirado sobre un charco viscoso junto a un minúsculo feto.
En la batalla, no había percibido a la gente que salía del cine.
Incrédulos, habían sido testigos de todo lo ocurrido.
Me senté cansado a un lado de lo que había sido “Julita” .
Los curiosos comenzaron a juntarse alrededor mío.
Nadie me reconoce ahora, ni mi familia ni mis amigos... soy un anciano que apenas puedo caminar, vivo de la caridad.
Sé que tengo veintiocho años, pero nadie me lo creé.
Estoy aquí en esta calle solitaria, pidiendo unas monedas y... esperando a que llegue la media noche.
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