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martes, 19 de enero de 2016

EL NÙMERO 41. Ely Ortiz









¿SABEN POR QUÈ EL NÙMERO 41 NO EXISTE NI EN BATALLONES, NI EN LA POLICIA?

El número trece causa terror entre las personas por ser de mala suerte, no se diga el 666 que es el número de Satanás… pero díganle a un hombre mexicano: “cuarenta y uno” y se indigna y huye más que con ningún otro.

Al mexicano le causa tal conflicto dicho número que no existe ni en divisiones del ejército, ni en batallones, ni en la policía; no se da a elegir incluso en equipos deportivos, rara vez se encuentra una habitación de hotel o en placas de los carros; y ni qué decir de la edad, pasan de tener cuarenta años, a tener cuarenta y dos automáticamente.

Y aquellos que sepan que el hombre en cuestión tiene cuarenta y un años es motivo de burlas pues dicen que en cualquier momento puede cambiar su inclinación sexual.

En fin, parece ser que entre más macho, más miedo al número.
Pero esta particularidad de la aritmofobia se remonta a 1901:

Se llevó a cabo una gran fiesta un 20 de noviembre en una ostentosa casa en la calle Ezequiel Montes (en aquel entonces La Paz) cerca del centro histórico de la ciudad de México.

Se encontraban disfrutando de la noche cuarenta y dos hombres; bebían, bailaban y todo transcurría como un jolgorio de la época… bueno, a excepción de que la mitad de aquellos hombres estaba disfrazado de mujer.

De pies a cabeza: tacones, vestidos elegantes, collares, senos falsos, aretes, maquillaje y pelucas.

Fue así que los policías encargados de vigilar la zona comenzaron a sospechar y llegaron a la conclusión de que algo extraño estaba pasando ahí dentro.

Éstos informaron a sus superiores y emprendieron una redada -o como Monsiváis la nombró “primera redada homófoba del siglo XX”- .

Esta historia y las secuelas que hasta hoy existen, no pudieron haber cuajado sin la presencia de un personaje: (hasta aquí, el relato se convierte en un “rumor nunca desmentido”)

Ignacio de la Torre y Mier, hijo de un rico hacendado del Estado de México, que tampoco hubiera trascendido si no hubiera estado casado con Amada Díaz, hija del presidente en turno, Porfirio Díaz.

Se dice que durante la redada, Ignacio escapó por la azotea; se dice también que fue arrestado junto con sus otros cuarenta y un compañeros, pero por órdenes del señor presidente de la República fue puesto en libertad y su nombre fue borrado de cualquier registro que se hubiera hecho.

Díaz se entrevistó con de la Torre y nadie supo de qué asuntos trataron, lo que sí, es que después del incidente, Díaz le retiró a su yerno cualquier apoyo para la candidatura del Estado de México.

Los otros cuarenta y uno fueron encarcelados en la crujía “J” (destinada a personas que cometían actos homosexuales, de ahí que actualmente se les diga de un modo peyorativo “jotos”) para después ser trasladados a Yucatán para hacer trabajos forzados.

La lista de los nombres nunca se dio a conocer.

El chisme se corrió y fue el tema del momento, el número “cuarenta y uno” ya se había asociado directamente con la homosexualidad y fue utilizado con el tradicional sarcasmo y burla mexicana para el periodismo, el teatro, la pintura y la música.

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