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martes, 19 de enero de 2016

EL VELADOR. Frank LaMora











EL VELADOR. 

Desde niño, Gilberto decía no tenerle miedo a nada. Y para demostrarlo, ya con veinticinco años, una noche fue a un cementerio provisto de su cámara y una grabadora, en donde habló con un hombre sesentón que dijo llamarse Eusebio Zamarripa y ser el velador, al que le ofreció unos billetes y una botella de tequila, con el cuento de que le permitiera hacer un reportaje.

- Huy, joven, como yo ya no salgo del camposanto, pos de nada me sirve el dinero, nomás deme la botellita.

Pasada la media noche, con la grabadora encendida y acompañado de don Eusebio, comenzó su aventura nocturna.

Apenas habían dado los primeros pasos, un macabro lamento reverberó a la distancia y fue perdiéndose poco a poco hasta volver el silencio. Metros adelante se escuchó otro, pero diferente que caló en la piel y en los oídos de Gilberto.

- No tenga miedo, joven. ¿Quiere un traguito de tequila?

De pronto, observaron a lo lejos una sombra. El silencio se volvió más tenso. La sombra se fue acercando a ellos. Un escalofrío le bajó por la espalda a Gilberto; sin embargo, preparó torpemente su cámara mientras la sombra empezó a tomar forma humana... la figura se tornó más nítida y pudo ver que se trataba de una mujer. 

Al tenerla cerca vio que su rostro tenía una palidez de mármol. Cerró los ojos cuando sintió junto a él aquella siniestra presencia y quiso verla de cerca, abrió los ojos, pero... ya no había nada. la figura había desaparecido.

- No se me arrugue, jóven -dijo don Eusebio- hay difuntos que salen a vagar de noche, pero no hacen nada, son muy amistosos. Pero véngase mañana, pa'que le enseñe lo mero fuerte. Hoy ya no, porque ya mero amanece.
Gilberto vio incrédulo su reloj... faltaban unos minutos para las seis.

¿Cómo era que había transcurrido el tiempo tan rápido? No entendía, pero se retiró feliz por la experiencia vivida.

Una vez en su casa, se dio cuenta que no había usado la cámara. Hizo lo mismo con la grabadora, pero tampoco había grabado nada.

- No importa, -se dijo- hoy tendré más cuidado y estoy seguro que voy a grabar y fotografiar "algo".

Al otro día, llegó entusiasmado al cementerio, desde la puerta buscó al velador, como la noche anterior, pero lo encaró un hombre joven y robusto.

- Yo soy el velador, ¿qué se te ofrece?

- Busco al otro velador, a don Eusebio. Él me dejó entrar ayer y me acompañó toda la noche por el panteón.
- ¿Don Eusebio Zamarripa? ¿Y dices que hablaste con él?
- Sí, así dijo que se llamaba.
- No, amigo. Aquí yo soy el único velador. Don Eusebio Zamarripa era mi abuelito, también fue velador, pero se murió hace como treinta años.

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