Después del colegio, una chica pide permiso a sus padres para quedarse esa noche en casa de su amiga.
Entre juegos y risas, acaban contándose historias de miedo, por lo que ambas amigas se retiran a dormir muy impresionadas.
En la habitación de la chica hay una cama de sobra, porque su hermana menor, que le tenía pavor a las tormentas que solían azotar esa zona, un año antes había fallecido de un paro cardíaco provocado por una borrasca nocturna.
Mientras tratan de conciliar el sueño comienza una terrible tormenta.
Entre el miedo provocado por las historias de espantos y aparecidos, los truenos las ponen todavía más nerviosas. La pavorosa tempestad aumenta cada vez más y más, y el terror hace presa fácil de las muchachas.
De pronto, la casa se cimbra por un relámpago que cae cerca y deja todo a oscuras. Una de ellas le dice a la otra:
- ¡Dame la manooo!
Desde sus respectivas camas, ambas estiran sus brazos para consolarse y protegerse la una a la otra. Al contacto de las manos, el miedo se desvanece; y finalmente se quedan dormidas.
A la mañana siguiente, desde sus camas, recuerdan el susto que pasaron la noche anterior.
- Si no hubiera sido porque me diste la mano, -dice una de ellas- seguiría temblando de miedo.
- Yo también. -contesta la otra-
Repentinamente, ven que las camas están demasiado retiradas una de la otra y un sudor frío les recorre la espalda. Las dos estiran sus brazos y se dan cuenta que hay más de un metro de distancia... y que no es posible alcanzarse.
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