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miércoles, 2 de marzo de 2016

VICTOR HUGO Ely Ortiz


VICTOR HUGO.

A VECES CONOCEMOS LA OBRA DE MUCHOS PERSONAJES FAMOSOS.
PERO LO QUE NO CONOCEMOS ES ALGUNAS PARTES INTIMAS DE SU VIDA.
ESTA HISTORIA ES SOBRE LA VIDA DE VICTOR HUGO.
Si conoces la inolvidable obra del famoso poeta, escritor y dramaturgo francés, recordarás sin duda ese carácter impreso en cada una de sus líneas, en sus firmes ideales políticos entremezclados con unas pinceladas de distinguido romanticismo, que tantos y tantos títulos nos dejó para conmovernos, para describirnos una época y unos personajes ya inolvidables.
Títulos como “Los miserables” o “Nuestra Señora de París” son, sin duda, conocidos por todos y nos dan unas pistas claras del carácter de su noble autor, de Víctor Hugo.
De ahí que, en ocasiones, nos sorprenda tanto descubrir historias como la que hoy queremos contarte, y que viene descrita en numerosas obras y manuales, como, por ejemplo, “Víctor Hugo et le spiritisme” de Christian Bouchet.
Si había algo que Víctor Hugo amaba por encima de todas las cosas, era a su hija, a Léopoldine.
A pesar de contar también con Adèle, Charles y François-Victor, ella era la mayor y, para el célebre escritor, la muchacha disponía de una luz tan especial que trascendía por encima de todas las cosas.
Era el reflejo de la pasión, la alegría y esa vivacidad que aportaba energía a sus días.
Léopoldine se enamoró muy pronto de un joven tan culto como ella.
Tenía solo 14 años cuando conoció a Charles Vacquerie y, aunque quiso de inmediato formalizar su relación con una boda, Víctor Hugo le recomendó a su hija tener un poco de calma.
Y la tuvo, esperó a tener 18 años para, finalmente, poder casarse con el amor de su vida, con Charles.
Por su parte, lejos de temer la pérdida de su hija, Víctor Hugo se sentía satisfecho y complacido.
Había seguido a lo largo de bastante tiempo la relación de ambos jóvenes y sabía cuánto se adoraban, cuánto se querían. De hecho, ese amor juvenil le sirvió de inspiración para muchos de sus personajes en sus libros.
El escritor era pues feliz, muy feliz con aquel enlace, y aún lo fue más cuando a los pocos meses, Léopoldine le anunció que iba a ser abuelo.
Pero la fatalidad es caprichosa y cruel, y extiende en ocasiones su velo de oscuridad sobre aquellos que más disfrutan de la vida, que más abrazan la felicidad con un sentimiento puro y sincero.
Fue un 4 de septiembre de 1843, cuando Léopoldine y Charles Vacquerie mueren en Villequier, en el río Sena.
Ambos sufrieron un accidente a bordo de una embarcación y fallecieron ahogados.
Los dos jóvenes perdieron la vida juntos y al mismo tiempo…
Víctor Hugo se enteró de la fatal noticia por la prensa cuando estaba en los Pirineos.
No pudo creerlo, y lleno de rabia e incomprensión, viajó de inmediato a París junto a su familia para ver con sus propios ojos los cuerpos de los jóvenes…
De su querida hija, por aquel entonces con un embarazo ya visible.
Toda una tragedia, no hay duda.
Se sabe, de hecho, que quedó tan afectado tras aquello, que desde ese día hasta 1851, en su exilio, no publicó nada. Se dedicó solo a pintar y a escribir poemas, como “Mañana, desde el alba.
Las personas de su círculo familiar y social, describen que la vida de Víctor Hugo encontró nuevamente cierta paz a partir de 1853, es decir 10 años después de la muerte de Léopoldine. ¿La razón? Fue una amiga, Delphine de Girardine, quien lo sacó de su encierro y sus tinieblas para acercarlo hacia algo en lo que el famoso escritor no creía hasta entonces: el espiritismo.
Le presentó a un grupo de personas que, semanalmente, solían reunirse alrededor de una mesa en compañía de una médium y de una ouija.
A pesar de no creer y de mostrarse algo obstinado al principio… Al final, ocurrió.
Víctor Hugo pudo hablar con Léopoldine y ésta le ofreció calma. Tras una serie de preguntas íntimas que sólo él conocía sobre la relación con su hija, supo de inmediato que era ella.
Y el mensaje que le trasmitió no podía ser más esperanzador, le pidió que dejara de sufrir, que volviera a abrirse al mundo, a disfrutar de la escritura.
Le recomendó que disfrutara de su felicidad sin remordimientos, porque ella estaba bien.
Léopoldine estaba en un lugar donde todo era calma, luz y tranquilidad, un lugar donde también le era posible sentir el sufrimiento de su padre.
Le pidió que dejara ya de llorar y, simplemente, que avanzara en su vida.
Y Víctor Hugo así lo hizo… aunque a medias. Puesto que desde aquel día, se convirtió también en todo un adepto al espiritismo.

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