La primera vez que le preguntó por su esposo, ella se puso seria.
- No quiero hablar de eso. -dijo secamente-
- Claro que sí. -insistió él, revolviéndose en la cama-
Ella no reaccionó.
- Es que me interesa saber todo de tí. -dijo él con vehemencia- Quiero vivir contigo, quiero morir contigo.
Ella se levantó de la cama. Tenía el cuerpo perfecto.
- Cásate conmigo. -dijo él desde la cama-
Ella no contestó.
Aquel primer día conversaron, luego almorzaron juntos alguna vez, salieron un viernes de tragos y no mucho después se amaron intensamente en un hotel de rato... ¡Fue la satisfacción total!
De allí en adelante continuaron viéndose en distintos lugares, donde nadie supiera.
Sabían del pecado que cometían, pero tenían que pecar.
Un día, ella le confesó suavemente:
- Tú me haces muy feliz, me das el amor y la pasión que necesito, pero no dejaré a mi marido.
- Es absurdo. -replicó él- ¿Por qué?
Ella cerró los ojos.
- ¿Por tus hijos?
- Sí, son pequeños, pero también por el padre... es débil, no lo puedo dejar.
Él no entendió, pero tampoco se resignó.
- Cásate conmigo. Te amo y amaré para siempre a tus hijos como si fueran míos. Te lo juro por lo que me diga.
Pero ella siguió negándose.
Pasaron dos años.
Un día, luz no acudió a la cita. Él indagó y supo que estaba enferma. Ella lo llamó desde el hospital:
- Tengo cáncer.
Él se echó a llorar. Ella se acabó en un santiamén. En tres semanas murió.
- Yo trabajé con Luz. -le dijo- Lo siento mucho, fue una gran persona
El hombre lo miró inexpresivo y él se sintió incómodo, molesto.
- Quiero hablar con usted. -dijo el marido-
Él lo siguió hasta afuera de la capilla y se detuvieron junto a unos autos.
El esposo lo miró fijamente y balbuceó:
- Sé quien eres.
- Fui un amigo de su esposa. -agregó con cierto temor-
- Fuiste su amante.
Él se sintió desconcertado.
- Luz me lo contaba todo... absolutamente todo.
- ¿Perdone?
Los ojos del marido tenían un extraño brillo.
- Te agradezco infinitamente que hayas hecho feliz a Luz. Tú llenaste sus vacíos, pero más te agradezco porque la dejaste seguir conmigo, a mi lado, y ella nunca me abandonó. También te agradezco por el juramento que le hiciste, de que verías a mis hijos como si fueran tuyos.
Él no sabía qué decir, no sabía como reaccionar.
El marido añadió:
- Me contaba cómo gozaba contigo, y... cuando me lo decía, yo también te gozaba. Ahora... ahora te quiero para mí, de la misma manera, te quiero tanto como tu la quisiste a ella... ahora yo te necesito...
Cuando advirtió la mano del hombre sobre su muslo, él se sintió aturdido,
una rara tibieza le fue subiendo poco a poco, pero no protestó... cerró los ojos porque empezó a gustarle... y se lo permitió.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario