LEYENDA DE LAS MARIONETAS.
Es la Casa de los Títeres; el lugar que guarda una de las historias más aterradoras de la ciudad; historia que se ha convertido en una leyenda contada por los celayenses de generación en generación.
La leyenda de la Casa de los Títeres nació a finales del Siglo XX, y a su alrededor se han creado una serie de mitos gracias a sus singulares personajes cuyo destino ha sido incierto: los títeres del Capi Oviedo.
Esta leyenda fue contada por primera ocasión por la ex cronista de Celaya, Abigail Carreño de Maldonado (q.e.p.d.), quien conoció de cerca al dueño de la casa y los títeres, el profesor José D. Oviedo, que falleciera a los 96 años, en 1984.
En su libro ‘Imagen de Celaya, segunda edición’, la señora Abigail aborda este relato que se convirtió en leyenda.
Dice que el profesor Oviedo, mejor conocido como el Capi Oviedo, tenía su casa desde la calle de Hidalgo, hasta el andador Bravo (Nicolás Bravo).
Fue maestro de cultura física de varias generaciones y le agradaba todo lo relacionado con la cultura y las artes, por ello, una de sus entretenciones era dar funciones de títeres para los amigos o alumnos que asistieran a su casa.
El mismo Capi Oviedo preparaba el teatro y los telones para el escenario. Sus títeres eran de tamaño regular y se los daba a una viejecita muy experimentada que les confeccionaba su vestuario adecuado para el papel que desempeñaban.
El Capi Oviedo le contó a la señora Abigail que una noche tuvo una experiencia inolvidable:
“No estaba dormido todavía, cuando oí que en el tendedero donde tenía colgados los muñecos, se empezaron a mover; y lo peor, que escuché los pasos y bailes en la tarima del teatro. Al día siguiente encontré a la pareja que se supone en la noche anterior había ejecutado el bailable. No quise impresionarme y seguí dando mis funciones como si nada hubiera pasado. Yo sólo me engañé, pues lo que platico sucedió una y otra vez y a nadie quise comentar lo que ocurría, sino que opté por terminar con mis funciones de títeres, pues sería imaginación o no sé como atribuirlo, pero una vez que mis títeres daban una representación de un tribunal equis, uno de los monitos, -el que la hacía de juez- como que me clavó sus ojos en los míos y como coincidencia, yo perdí en un juicio abogaderil mi casa de Hidalgo y de títeres no quise saber nada y siendo una auténtica obra de arte todo aquel conjunto de muñequitos, realmente no supe ni dónde quedaron”, contó el Capi.
Se cuenta también que aquel monito no sólo clavó su mirada en la del Capi, sino que además se le volteó la cabeza y, poseído por algo, le soltó una carcajada en la cara; razón por la que el Capi Oviedo tomó todos aquellos títeres y los enterró en el patio de su casa.
La señora Abigail Carreño acudió a esa casa, desenterró a todos los títeres y los resguardó. Once de ellos hoy están en custodia del Museo de Celaya, Historia Regional, incluido aquel que fue supuestamente poseído; los otros están con el nieto de la ex Cronista, Antonio Lavín Maldonado.
La Casa de los Títeres está abandonada, sin ninguna placa o seña de lo que ahí ocurrió y de lo que se cuenta, a pesar que se ha convertido en uno de los puntos turísticos a visitar en recorridos de leyenda.
Estremece rostro de juez
Como si el tiempo no hubiera pasado, la cara de ese títere guarda la misma expresión del día en el que fue enterrado.
Su rostro muestra la mueca de un grito furioso o de una cínica carcajada; de cualquier manera la escena inspira pavor.
Es el títere juez; aquel que, según la leyenda de la Casa de los Títeres, fijó su mirada en la del Capi Oviedo y, después de voltear su cabeza, le soltó una carcajada como poseído.
El muñeco es el único que tiene sus rasgos y facciones bien definidos. Se diferencia de los demás por tener marcadas las arrugas del rededor de su boca, de sus ojos y del ceño fruncido que le hacen resaltar la mueca del grito.
Claudia Gress, restauradora del Museo de Celaya, Historia Regional, afirmó lo anterior y aseguró que, sin duda, este títere es diferente a los demás.
“Ninguno tiene la cara tan detallada; todos tienen cara de muñequito normal, con sus ojos, su boca, sus cejas. Éste no; es diferente porque tiene muy marcados sus rasgos”.
El títere juez permanece con la cara volteada; en vez de ver hacia el frente, la cabeza sigue volteada hacia atrás; se nota en el cuello de su camisa, cuyo frente queda enmarcando su nuca.
Nadie lo ha volteado porque, además, pareciera que no se puede. Su cabeza está demasiado ajustada a la camisa que lleva; está como oprimida.
Su ropa se ve antigua y dañada; es un pantalón como de seda en color verde oliva y una camisa morada de la misma tela; en la cadera lleva una cinta roja y ancha y su cuello es blanco. Los zapatos son negros, de barro, igual que la cabeza, cuyo cabello se simula corto y negro.
El títere juez es enigmático; no se sabe si así fue detallado en su rostro, o si la mueca permanece después de lo ocurrido con el Capi Oviedo.
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