De inmediato todos los peones siguieron a la bola de lumbre por el campo, pero de pronto se dejo de ver y solo se escuchò una risa muy tenebrosa.
Buscamos por todos lados la dichosa bola de lumbre y simplemente no la localizamos, el padrecito nos dijo que encendiéramos unas teas de la fogata que se veía en el camino.
Los mozos fueron a encender èstas antorchas, cuando uno de ellos grito: -¡Acérquense! ¡esto esta feo!-, nos acercamos a los restos de la fogata y lo que vimos nos dejo sin habla.
En la fogata todavía se encontraban algunos restos de leños encendidos, pero a un lado se encontraban restos humanos calcinados, eran muy pequeños como de niños.
El sacerdote les pidió a los peònes que en una manta recogieran los restos, se veían manos y pies muy pequeños, el señor cura comentò que esa noche las brujas hicieron su renovación de votos, por eso los restos de niños.
También se encontraba un molcajete grande, en el cual se encontraban restos de sangre ya un poco coagulada.
El sacerdote le pidió a los mozos que llevaran los restos de los niños a al iglesia del pueblo para rezar por ellos y darles cristiana sepultura, ya para esto eran como las seis de la mañana, todos en nuestros rostros denotábamos el cansancio por los hechos acontecidos la noche anterior.
Todos cansados y sin dirigirnos alguna palabra nos fuimos a la casa de Elena para descansar un poco ya que el sacerdote nos comentaba que si ya habíamos iniciado la lucha contra el mal no lo podíamos dejar así.
que èsta lucha era a vencer o quedarse en el camino, pero solo teníamos dos noches más y que si no lográbamos derrotar al maligno en su terreno durante mucho tiempo la comarca lo iba a resentir.
Llegamos al rancho, las mujeres, entre ellas Elena nos sirvieron un rico desayuno, posteriormente los peones se fueron a descansar para estar listos por la noche ya que al escuchar lo que había dicho el padrecito estuvieron de acuerdo en luchar contra lo que fuera para dejar la comarca libre de tantas brujas que por las noches atacaban sus casas y se llevaban a sus hijos.
Ya entrada un poco la tarde nos empezamos a despertar y a reunirnos en el patio de la hacienda, los
hombres decidimos ir al río a tomar un baño para estar más relajados y completos por la noche para
lo que se avecinaba.
El señor cura nos dijo que no regresáramos muy tarde porque no sabíamos lo que podría pasar, cada quien con una muda de ropa nos fuimos gritando rumbo al río, llegamos y nos estábamos bañando cuando escuchamos el pifiar de un caballo, volteamos a donde habíamos dejado nuestra ropa y vimos el caballo negro totalmente solo nadie lo acompañaba, uno de los peones dijo que ese caballo tenia el mal adentro que no lo fuéramos a tocar para nada.
Nos salimos del río y todavía chorreando agua nos vestimos y salimos prácticamente corriendo para
la finca, en el trayecto Manuelito se empezó a poner mal y empezó a decirnos que le dolía todo el cuerpo.
Se comenzó a convulsionar, no sabíamos que le estaba pasando, yo lo tomè de los brazos y me lo carguè como si fuera un bulto, con èl a cuestas llegamos a la hacienda y lo llevè a su cama.
Ibamos a enviar por el medico cuando dijo el señor cura que no llamáramos a nadie que el lo iba a regresar, nos pidió que lo atàramos a la cama con un cordón que el nos diò, hicimos lo que nos ordenò y posteriormente se puso a rezar.
Manuel atado brincaba con todo y cama, le gritaba a todos que lo desataran que si no les iba a ir mal ya que pronto vencerìan a toda la gente que se encontraba
en la hacienda y que ellos iban a ser los próximos dueños.
Gritaba y se retorcía , mi abuela le dijo al señor cura "dejeme a mi, vamos a ver si puedo regresar a este muchacho".
Manuelito le empezó a gritar a mi abuela, con una voz que no era la de el, que nos se metiera, que èl
solo quería lo suyo y que lo iba a pelear hasta las ùltimas consecuencias.
En eso se escuchò el relinchò del dichoso caballo, saliò mi abuela de la habitación y le dijo al señor cura que se quitara el cordón que traía atado al hàbito, que se lo quitara.
Saliò mi abuelita al patio seguida por algunos de
nosotros, se enfrentò al caballo, este levantaba las patas delanteras queriendo golpear a mi abuela
pero no llegaba, ya que cada vez que lo intentaba se quedaba en el camino.
Mi abuelita tomo el cordón y lo lanzò a las patas del caballo y este se enredo en las mismas perdiendo el equilibrio y cayò al piso, entonces mi abuela empezó a gritar varios nombres que en mi vida los he vuelto a escuchar.
Llego el señor cura y empezó a arrojarle agua bendita al caballo, mientras mi abuela seguía gritando algunos nombres más, escuchamos un ruido a nuestras espaldas y al voltear vimos a Manuelito que iba caminando hacia el caballo, el cual relinchò muy fuerte y de sus belfos salio como fuego.
El señor cura le siguió arrojando más agua bendita al animal, el cual se estaba convulsionando muy feo, cada vez que èl le lanzaba agua al caballo èste intentaba levantarse pero no podía, ya que a cada intento se le enredaba más el cordón del hàbito.
Èl caballo cada vez hacia menos intentos por safarse del cordón ya que no se podía mover bien, poco a poco su lucha fue en vano hasta que dejo de respirar, en eso vimos que Manuelito cayò al piso respirando muy agitado y sudando copiosamente, mi abuela se acercò a èl viendo que poco a poco iba recobrando tanto su color como su respiración.
Volteè a donde estaba tirado el caballo y èste empezó a tener una rara transformación ya que se empezó a desbaratar conforme pasaban los minutos hasta convertirse en ceniza la cual con una pequeña ráfaga de aire se desapareció totalmente.
El padre solo dijo ya ganamos una, pero vienen más, no terminaba de decir esto cuando vimos en el cielo que las bolas de fuego se abalanzaban contra nosotros, el sacerdote nos dijo que no nos iban a atacar por el momento, pero que fuéramos por rosarios o escapularios a nuestros domicilios.
mi abuela me diò un escapulario que ella traía siempre y me dijo cuidate mucho, salimos todos al patio y nos fuimos caminando por el camino que conducía al pueblo, al lugar en donde encontramos la fogata la noche anterior.
LLEGO EL FINAL.
Algunos, montamos los caballos que se tenían ensillados, mi abuela y Elena se quedaron cuidando
a Manuelito, el cual no despertaba.
Por el camino el padre nos iba diciendo lo que teníamos que hacer si es que llegábamos a encontrarnos con las brujas.
A lo lejos veíamos las bolas de lumbre como flotaban en la oscuridad de la noche, en eso vimos como las bolas se detenían en el firmamento. el padrecito nos gritò que
nos pusiéramos los escapularios y rosarios en el cuello para que no nos fuera a pasar algo malo.
De inmediàto lo hicimos y las dichosas bolas se regresaron sobre nosotros para atacarnos, pero con lo que nos había dicho el padre nos sentíamos seguros.
En la oscuridad de la noche se veía dantesco como bailaban y gritaban las bolas, se dejaron venir
sobre nosotros, pero el padre nos gritò que no tuviéramos miedo que nos pusiéramos a orar y que
con èsto las ahuyentaríamos.
De inmediato lo hicimos y si, ya no se acercaron a nosotros, seguimos galopando, a lo lejos vimos una fogata muy alta y hacia ese punto nos dirigimos.
Aminoramos el paso de los animales, nos fuimos acercando poco a poco a la fogata la cual se veía
muy impresionante a lo lejos.
En ese momento vimos que algunas de la bolas de fuego se dejaron caer sobre nosotros, pero al ver los rosarios y escapularios que portábamos se elevaban nuevamente gritando horrible.
Desmontamos y al caminar hacia donde se encontraba la fogata, comenzàmos a ver cosas que de verdad nunca en mi vida las había visto.
A una orilla de la fogata se encontraba un molcajete grande, lleno de ojos humanos, a los lados del molcajete, piernas y brazos, humanos también.
Encontràmos varios guajolotes sin piernas y sin alas, la verdad el espectáculo era aterrador, yo sentí miedo de ver aquello, pero el padre nos pidió que le lleváramos agua de un riachuelo que pasaba cerca del lugar, tomè una cantimplora que llevaba en la silla el caballo y me
dirigì junto con otros hombres al riachuelo.
Ibamos caminando, cuando fuìmos atacados nuevamente por las bolas y la verdad a estas
alturas de la mañana ya me estaba dando miedo, porque yo no sabía a lo que me estaba enfrentando.
Corrìmos lo más rápido que pudimos, le llevamos al sacerdote lo que nos pidiò y èste sacò un frasco con agua y algunos polvos de un estuchito y se las puso a el agua de las cantimploras y empezò a arrojàrsela a los miembros humanos, a los ojos y los animales que se
encontraban alrededor de la fogata.
Conforme iba arrojando el agua y orando, del cielo
iban cayendo cuerpos deformes, cuerpos de mujeres con extremidades animales, las cuales iban
buscando primero los brazos, pero estos ya eran pasto de las llamas junto con los cuerpos de los animales.
Un olor fétido èra el que se respiraba en ese momento por todo el campo ya que los cuerpos también eran pasto de las llamas, aullidos lastimeros se escucharon esa noche.
El padre no descansò de orar hasta que viò que todo eso se prendiera en llamas, el padre viò su reloj y dijo 3:36 de la mañana, la ùltima puerta esta cerrada.
Nos retiramos de este sitio, todos agotados por lo acontecido, llegamos a la casa y encontramos a mi abuela, a Elena y a Manuel, los cuales nos esperaban en la puerta de la hacienda.
Al siguiente día proseguimos nuestro camino para Arandas, Jalisco e ir a ver a la familia de mi
abuela, nada màs que en este viaje nos acompañaron Elena y su Hijo Manuel.
FIN.
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