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miércoles, 4 de noviembre de 2015

MI CRISTO ROTO. Frank Lamora.


En alguna velada le escuché declamar ésto a mi viejo y querido amigo, don José Antonio Cossío, y me conmovió. Confieso que soy poco religioso, pero hoy que lo escuché de nuevo volvió a removerme fibras que...
Bueno, es un poco largo, pero vale la pena dedicarle unos minutos. Por favor.
MI CRISTO ROTO
A mi Cristo roto lo encontré en Sevilla. Dentro del arte, me subyuga el tema de Cristo en la cruz. Pero tengo preferencia por los cristos barrocos españoles.
Al Cristo se le puede encontrar entre tuercas y clavos, chatarra oxidada, ropa vieja, zapatos, libros o litografías románticas. La cosa es saber buscarlo, porque Cristo está entre todas las cosas de este revuelto e inverosimil rastro que es la vida.
Pero aquella mañana me aventuré en la casa del artista, es más fácil encontrar allí al Cristo, ¡pero mucho más caro! Es el Cristo con impuesto de lujo, el Cristo que han enriquecido los turistas, porque desde que se intensificó el turismo, Cristo es más caro.
Visité dos o tres tiendas y andaba por la cuarta.
- Hummmm, ¿quiere algo, padre?
- Dar una vuelta por la tienda, mirar...
De pronto, frente a mí, acostado sobre una mesa, vi un Cristo sin cruz. Iba a abalanzarme sobre él, pero frené mis ímpetus. Lo miré de reojo, me conquistó desde el primer instante. No era lo que yo buscaba, era un Cristo roto, pero esta circunstancia me encadenó a él, no sé porqué. Fingí primero interés por los objetos que lo rodeaban, hasta que mis manos lo tomaron. Dominé mis dedos para no acariciarlo. Debió ser un Cristo muy bello, era un impresionante despojo mutilado. Le faltaba media pierna, un brazo entero y aunque conservaba la cabeza había perdido la cara.
Se acercó el anticuario y tomó el Cristo en sus manos.
- Es una magnífica pieza, se ve que tiene usted gusto, padre. Fíjese que espléndida talla, qué factura...
- Pero está tan... mutilada.
- No tiene importancia, aquí al lado hay un buen restaurador amigo mío, y se lo va a dejar como nuevo.
Volvió a ponderarlo, a alabarlo, lo acariciaba, pero... no acariciaba al Cristo, acariciaba la mercancía que se le iba a convertir en dinero.
Le insistí.
Dudó.
Hizo una pausa.
Miró por última vez al Cristo, fingiendo que le costaba separarse de él, y me lo alargó con fingida "generosidad" diciéndome resignado:
- Lléveselo, padre, sólo treinta euros por ser para usted, y conste que no gano nada. ¡Pero se lleva una verdadera joya!
El vendedor exaltaba sus cualidades para mantener el precio y yo, sacerdote, le mermaba méritos para rebajarlo.
Me estremecí de pronto. ¡Nos disputábamos el precio de Cristo! Y me acordé de Judas. ¡Pero cuantas veces compramos y vendemos a Cristo, pero no de madera, sino de carne, en nuestro prójimo! Nuestra vida es una compra y venta de Cristos.
Cedimos los dos... lo rebajó a diez euros. Antes de despedirme le pregunté si sabía su procedencia y la razón de aquellas mutilaciones. En información vaga e incompleta me dijo que procedía de la Sierra de Aracena y las mutilaciones se debían a una profanación en tiempos de guerra.
Apreté a mi Cristo con cariño y me alejé de allí con él.
Ya de noche, cerré la puerta de mi habitación y me encontré solo, cara a cara con mi Cristo. Viéndolo mutilado, me atreví a preguntarle:
- ¿Quién fue el que se atrevió contigo? ¿No le temblaron las manos cuando astilló las tuyas arrancándote de la cruz? ¿Vive todavía? ¿Qué haría si te viera en mis manos? ¿Se arrepintió?
- "¡Cállate! -me cortó una voz tajante- ¡Preguntas demasiado! ¿Crees que tengo un corazón tan pequeño y mezquino como el tuyo? ¡No me preguntes ni pienses en el que me mutiló, déjalo! ¡Respétalo, yo ya lo perdoné! Yo me olvidé instantáneamente de él y de sus pecados. Cuando un hombre se arrepiente, yo perdono. ¿Por qué ante mis miembros rotos no se te ocurre recordar a seres que ofenden, que hieren y mutilan a sus hermanos los hombres? ¿Qué es mayor pecado, mutilar una imágen de madera o mutilar una imágen viva mía, de carne, en la que palpito yo por la gracia del bautismo? ¡Hipócrita! ¡Te rasgas las vestiduras ante el recuerdo del que mutiló mi imágen de madera, mientras estrechas la mano y se le rinde honores al que mutila física o moralmente a los Cristos vivos que son sus hermanos!"
Yo contesté:
- No puedo verte así, destrozado. Aunque el restaurador me cobre lo que quiera, ¡todo te lo mereces! Me duele verte así. Mañana mismo te llevaré al taller. ¿Verdad que te gusta mi plan? ¿Verdad que te gusta?
- "¡No, no me gusta! Eres igual que todos y hablas demasiado!"
Hubo una pausa de silencio. Pero al instante vino una órden tajante a decapitar el angustioso silencio:
- "No me restaures, te lo prohibo. Déjame así. ¿Lo oyes?"
- Sí, señor.
- "Gracias."
Su tono dulce volvió a darme confianza.
- Pero será para mí un contínuo dolor cada vez que te mire.
- "Es lo que quiero, que al verme roto te acuerdes de tantos hermanos tuyos, rotos, aplastados, indigentes, mutilados. Sin brazos porque no tienen posibilidades de trabajo. Sin pies porque les han cerrado los caminos. Sin cara porque les han quitado la honra. Que los olvidan y les dan la espalda. No me restaures, para que al verme roto te acuerdes de ellos y te duela. A ver si mutilado te sirvo de clave para el dolor de los demás. Muchos cristianos se vuelven en devoción, en luces, en flores... tranquilizan su conciencia besando a un Cristo bello, a una obra de arte, mientras ofenden al pequeño Cristo de carne que es su hermano. Esos besos me repugnan. Me hieren el corazón. ¡Me dan asco! Un Cristo bello puede ser un peligroso refugio donde esconder el dolor ajeno. Por eso debieran tener más Cristos rotos... uno en la entrada de cada iglesia que gritara siempre con sus miembros rotos y su cara sin forma el dolor y la tragedia de mi segunda pasión en mis hermanos los hombres. Por eso te lo pido, no me restaures, déjame roto junto a tí, aunque amargue un poco tu vida."
- Sí, señor... te lo prometo.
Y un beso sobre su único pie astillado fue la firma de mi promesa.
Gracias por llegar hasta aquí. Gracias en nombre de Pepe Toño Cossío, quien inmortalizó este hermoso texto.

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