Desde hace muchos años, se murmura en voz baja y con miedo, que en una ocasión, El Demonio se propuso desafiar a Dios haciendo que hubiera menos creyentes en la Tierra, pero se enteró que los recién nacidos, cuando eran bautizados, se convertían en un nuevo siervo del Señor.
Pues bien, los emisarios del maligno le comunicaron a su amo que en Jerusalén estaba la primera y principal Pila Bautismal que hubo en el mundo, y que de allí emanaba el poder hacia todas las pilas bautismales del planeta.
El perverso creyó que destruyéndola, las demás perderían su omnipotencia. Pero no sólo de esa manera demostraría su fuerza y poder, sino que iría hasta la mismísima Tierra Santa y profanaría con sus horrendas plantas el sacrosanto recinto que guardaba la raíz de la Fe.
Una vez allí, El Demonio quiso destruír la venerada y primigenia Pila Bautismal.
Pero justo cuando intentó derribarla, una de sus manos fue salpicada con el agua bendita que contenía y lo quemó, dejando escapar un aberrante aullido de dolor.
El maligno huyó del templo hacia los apretadísimos infiernos, dejando atrás su horrenda garra que también se alejó arrastrándose por el santo suelo y nadie supo hacia donde.
Desde entonces, ese sacrílego despojo, esa proterva extremidad satánica, ha sido llamada por el populacho, La Mano Pachona y recorre el mundo sembrando terror, destrucción, el mal y la muerte.
Antiguamente usaban esta historia para asustar a los niños que se portaban mal o cuando no se querían dormir temprano.
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